Lo que estamos viviendo parece ser una anticipación de un gran cambio mundial que se avecina. El mundo no volverá a ser el mismo luego de la pandemia del coronavirus o COVID-19 y nuestro estilo de vida también deberá cambiar drásticamente. Así lo sugiere un modelo realizado por investigadores del Imperial College London.
Lograr detener la pandemia del coronavirus o COVID-19 implicará cambiar nuestro estilo de vida y la forma en que hacemos casi todo, de forma drástica. Es decir, cambiar la manera cómo trabajamos, salimos, compramos, hacemos deporte, nos educamos, controlamos nuestra salud y la forma en cómo cuidamos a nuestra familia.
El objetivo es volver a la normalidad lo más pronto posible, salir de la cuarentena, no tener más toque de queda, sin embargo el pensamiento colectivo parece ya sospechar que nada volverá a la normalidad luego de semanas y ni siquiera varios meses. Varias de las cosas a las que estábamos acostumbrados no volverán a ser como antes.
Aunque logremos estabilizar el porcentaje de aumento de contagios a nivel mundial; las naciones del mundo deberán imponer un alejamiento social obligatorio para detener la propagación del virus y que la gran cantidad de contagiados no haga colapsar en los sistemas de salud, como viene ocurriendo en Italia y España.
Es decir, la pandemia debería propagarse de manera más lenta hasta que se hayan contagiado suficientes personas para lograr la inmunidad de grupo (lograr la inmunidad podría tomar años, no lo sabemos) o hasta que una vacuna totalmente efectiva sea descubierta (que de seguro no llegará hasta 2021, si es que ocurre).
¿Cuánto tiempo y qué restricciones sociales necesitamos?
Cuánto tiempo vamos a necesitar y qué restricciones sociales se deberían aplicar, es la gran pregunta. Según Trump, en declaraciones recientes, «con algunas semanas de acción concreta podremos solucionarlo rápidamente». Eso puede verse en China, con seis semanas de encierro, el contagio empezó a disminuir debido a que el número de casos ha caído en picada.
Sin embargo, el problema está lejos de solucionarse. Mientras exista una persona en el mundo con el virus, los brotes volverán y se extenderán sin medidas estrictas para lograr contenerlos.
Un equipo de investigadores del Imperial College London en Reino Unido han elaborado un informe en que proponen una forma de actuar: imponer medidas de alejamiento social más extremas cada vez que los ingresos en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), en los hospitales, empiecen a aumentar; y reducir las restricciones cuando la cantidad de personas que ingresan a UCI disminuya. Esto ha sido reflejado en el siguiente gráfico:
En el gráfico podemos ver lo siguiente: la línea naranja son las personas ingresadas a UCI. Cuando se supera el umbral, por ejemplo, a más de 100 por semana, el país aplicaría restricciones sociales (cerrar escuelas, universidades, centros de entretenimiento, etc) y el confinamiento social. Cuando la situación mejore, luego de algunas semanas, las medidas se levantarían, pero las personas con síntomas y sus familiares deberán seguir confinados en sus hogares.
Los investigadores consideran el alejamiento social como «reducir el contacto fuera del hogar, en escuelas, universidades, lugares de trabajo, etc. hasta en un 75 %». Eso significa que todos deberán minimizar el contacto social lo máximo posible.
El modelo indica que el alejamiento social y el cierre de instituciones se deberá aplicar aproximadamente dos tercios del tiempo, es decir, aplicarse dos meses y uno no, al menos hasta que se tenga una vacuna efectiva, algo que podría no ocurrir hasta en los próximos 18 meses.
Sí, 18 meses parece demasiado tiempo, a nadie le agrada cumplir el confinamiento social, pero es una medida que deberá aplicarse. Otra solución planteada fue construir más hospitales y por consiguiente más UCI para tratar más personas a la vez. Sin embargo, este escenario planteado no solucionó el problema en el modelo.
Sin el alejamiento social de todas las personas, el modelo predijo que ni siquiera la mejor estrategia alternativa funcionará. Por ejemplo, si tan solo se mantiene en cuarentena a las personas infectadas y ancianos, aún ocurriría un aumento de las personas contagiadas. Incluso si se contara con mayores unidades de UCI, más camas, respiradores artificiales y todos los demás suministros, no habrían los suficientes médicos y enfermeras para atender a ese inmenso número de contagiados. El siguiente gráfico muestra esos escenarios:
Otro planteamiento de solución al problema fue solo imponer restricciones por cinco meses. El modelo indicó que tampoco serviría. Cuando las medidas sean levantadas, la pandemia volvería a estallar, pero esta vez ocurriría en invierno en cierta parte del mundo, que es el «peor momento» y que terminaría por saturar los sistemas sanitarios ya debilitados. Dicho escenario puede verse en el siguiente gráfico:
Y si decidimos actuar de forma brutal, por ejemplo: ¿que pasaría si mantenemos las UCI llenas de enfermos para instigar el alejamiento social, aunque ocurra un aumento de los fallecidos? El modelo indica que tampoco funcionaría, no se lograría una gran diferencia. Incluso en el escenario con menos restricciones, tendremos que permanecer encerrados o confinados en nuestras casas más de la mitad del tiempo.
El inicio de una nueva forma de vida
Esto no se trata de un cambio temporal, esto de trata del inicio de una nueva forma de vida completamente diferente a la que estamos acostumbrados. Sin duda, una alteración que causará muchos problemas, caos, enfrentamientos en los países en vías de desarrollo y de tercer mundo. Sin mencionar los problemas psicológicos que podría traer a la mente de muchas personas más vulnerables.
Esta situación sería extremadamente perjudicial para el sistema económico de las naciones, principalmente para los negocios que dependen de la concurrencia de un gran número de personas, por ejemplo: restaurantes, cafeterías, bares, gimnasios, discotecas, hoteles, teatros, cines, galerías de arte, centros comerciales, ferias de artesanía, museos, músicos y otros artistas, centros deportivos (y equipos deportivos), lugares de conferencias (y organizadores de las mismas), cruceros, aerolíneas, transporte público, escuelas privadas, guarderías, centros de trabajo.
Además, se generarán problemas en las familias, causados por la tensión de vivir encerrados, por los problemas para educar a los hijos que acarrearán en los padres (posiblemente tendrán que educarlos en casa), en las familias con personas mayores, personas que viven en relaciones abusivas (violencia familiar) y en cualquier familia que no tenga los ahorros suficientes para lidiar con los cambios en los ingresos y posiblemente en el aumento de los costos de productos y servicios que vendrían.
Sin embargo, es lo que seguramente ocurrirá y deberemos adaptarnos. Se tendrán que aplicar estrategias, por ejemplo: los gimnasios tendrán que empezar a vender rutinas de entrenamiento online, veremos la aparición de nuevos servicios en los que ya se ha denominado como «economía confinada». Además, se deberán alterar antiguos hábitos: se realizarán menos viajes contaminantes, las cadenas de suministro locales verán un aumento, se popularizará mucho más los paseos al aire libre (tomando las medidas del caso) y el ciclismo.
El periodo de vida confinado durante temporadas tan largas podría causar que la situación se vuelva no sostenible. Muchas empresas se paralizarán, muchos negocios que ofrecían un particular estilo de vida a las personas simplemente tendrán que parar.
¿Cómo vivir en este «nuevo mundo»?
Será difícil, pero para lograrlo las naciones tendrán que mejorar los sistemas sanitarios obligatoriamente, implementar nuevas unidades de respuesta rápida a pandemias, contar con mayor personal médico y enfermeras disponibles para contener los brotes antes de que se propaguen y aumentar la producción de equipos médicos, kits de prueba y medicamentos. Aunque estas medidas no han podido ser aplicadas para combatir al COVID-19, podrían ser efectivas para futuras pandemias.
Nuestra vida social cambiará, nuestra relación con las personas que conocemos y las que no también cambiará. Por ejemplo, los cines podrían reducir a la mitad sus butacas o se necesitará salas mucho más grandes y con sillas más separadas, los gimnasios necesitarán sesiones de reserva con antelación para entrenamiento con el objetivo de que no se llenen de personas.
Al final, los humanos tendremos que adaptarnos a esta nueva forma de socializar. En el proceso, es posible que algunos países apliquen formas más sofisticadas de identificar qué persona o personas representan un riesgo y quién no, trayendo discriminación. Por ejemplo, en Israel se rastreará los teléfonos móviles para seguir a las personas que han estado en contacto con portadores del virus. Singapur también hace un seguimiento exhaustivo a las personas y hace públicos los datos detallados de cada caso, pero sin identificar a las personas por su nombre. Adiós libertad, o lo que creíamos que era libertad.
Es posible que en este nuevo mundo la sola acción de tomar un vuelo requiera rigurosos trámites, como registrarse en un servicio que rastree los movimientos de pasajeros por medio del teléfono. La aerolínea podrá ver si las personas han tenido contacto con otros que estén infectados o si ha estado presente en lugares de riesgo (con alto número de contagiados). Habrán requisitos a cumplir para ingresar a lugares públicos, se colocarán escáneres de temperatura en todas partes. Se requerirán tarjetas de identidad o algún tipo de verificación digital (por medio de los teléfonos móviles) para demostrar que las personas se han recuperado y vacuna contra la última cepa del virus. Estos escenarios ocurrirán al menos en los países desarrollados y los que no poseen los recursos tendrán que tratar de aplicarlo o los problemas sociales surgirían.
Terminaremos adaptándonos y aceptando esas medidas, de igual forma a otras restricciones a las que ya nos hemos acostumbrado anteriormente, una de ellas es ser grabados por cámaras todo el tiempo en calles, aeropuertos, etc. Nuestra libertad será muy preciada.
Sin embargo, la situación no pinta nada bien para los sectores de personas más pobres y débiles. Personas con menor acceso a la sanidad y las que sean propensas a enfermedades serían excluidas de lugares y otras oportunidades abiertas a todos. Los trabajadores independientes sufrirán crisis económicas al ver que sus trabajos antes muy demandados se precarizan cada vez más. En este grupo entran: taxistas, personal trainer, instructores privados, etc.
Otro problema surgirá con los inmigrantes, refugiados, indocumentados y ex-presidiarios, quienes enfrentarán un gran obstáculos social, y serán prácticamente excluidos de la sociedad, confinados a vivir alejados.
Los gobiernos podrían imponer medidas estrictas para calcular los niveles de riesgo de contraer enfermedades a cualquier persona. Por ejemplo un criterio sería ganar menos de 30.000 dólares al año, y sería considerado un factor de riesgo, también el tener una familia de más de seis miembros y vivir en ciertos lugares del país.
Sabemos que el mundo ha cambiado en más de una ocasión y en este momento está ocurriendo de nuevo. Vamos a tener que adaptarnos a esto: una nueva forma de vivir, trabajar y de relacionarnos entre nosotros. En todo cambio muchos quedan relegados o simplemente «se quedan en el camino» (una forma suave de decirlo). Se espera que esta crisis obligue a los países más grandes a corregir desigualdades sociales, pues de no hacerlo una gran parte de su población quedará expuesta a situaciones extremadamente vulnerables.
Éramos libres señores…
Pueden leer el informe elaborado por los investigadores del Imperial College London en este ENLACE.
Fuente: MIT Technology Review
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