Durante el terremoto de magnitud 7,8 que sacudió Nueva Zelanda, muchas personas quedaron atónitos al ver cómo el cielo se iluminaba de azul, verde y blanco.
Los resplandores aparecieron durante el pico de la sacudida. No eran relámpagos porque no había ninguna tormenta. Tampoco eran transformadores explotando porque el cielo se iluminaba lejos de la costa. El fenómeno se conoce como «luces de terremoto» y es parecido en apariencia a una aurora boreal. Los sismólogos no están seguros de por qué ocurre, pero tienen algunas pistas.
Las luces de terremoto ocurren en menos del 0,5% de los terremotos. A menudo duran una fracción de segundo. Un estudio publicado en 2014 se remontaba al año 1600 para registrar 65 observaciones, incluidas las del gran terremoto de 1906 en San Francisco, 2007 en Perú y 2009 en Italia. El 97% de los casos documentados se dieron en fallas que estaban en placas continentales en lugar de zonas de subducción, donde una placa se hunde bajo la otra.
En aquel estudio, el cristalógrafo Friedemann Freund de la NASA y sus colegas se preguntaban si las luces de terremoto eran el resultado de una carga eléctrica producida por cierto tipo de roca bajo gran estrés tectónico. “Las cargas pueden combinarse y formar una especie de estado similar al plasma, que puede viajar a velocidades muy altas y estallar en la superficie para producir descargas eléctricas en el aire”, explicó Freund a la revista National Geographic.
Para comprobarlo, el físico Troy Shinbrot llenó varios recipientes con harina y los agitó hasta que aparecieron grietas. El científico observó que su experimento generaba cientos de voltios de tensión eléctrica, y concluyó que incluso los pequeños deslizamientos del suelo pueden cargar la tierra. Lo mismo que un rayo, pero con la carga acumulándose en el suelo en lugar de las nubes.
El artículo ha sido publicado en Live Science.
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