Hace muchos años mientras caminaba por Buenos Aires, me llevé una pequeña sorpresa. Apilados en plena acera, aparecieron abandonados varios libros de Julio Verne. De inmediato recogí algunos ejemplares, y los llevé a casa.
Debo reconocer nunca fui demasiado fan de su trabajo, que siempre consideré muy infantil en su abordaje, y de poco interés en cuanto a lectura.
Supongo el lector pensará, declaración lapidaria la mía, lo sé, pero es la verdad. La obra de Julio Verne nunca mereció estantes en mi biblioteca, y ahora de pronto aquellos libros aborrecidos, encontraban nuevo hogar para instalarse. Irónico ¿no?
Con el transcurso del tiempo comprendí éste suceso casual, resultó en una señal importante, teniendo en cuenta recién los últimos años, el trabajo de Verne adquirió real valor para esta escritora. Pero hizo falta mucha madurez, para asimilar esta aparente casualidad.
Una segunda señal emergente, tras los recuerdos de libros vernianos arrojados a la calle, brinda pistas de una profunda grieta dividiendo al mundo literario. Y es que muchas historias narradas por Verne, pueden parecer hasta banales, a decir de sus críticos, y poco relevantes como legado.
Otros estudiosos, en cambio, subscriben lo contrario, destacando esta escritura criptográfica que suele adornar muchas de sus obras, responde a una estrategia muy bien planificada, revelando un Verne iniciado en misterios profundos. Levantemos el velo de Isis.
Julio Verne. Ese desconocido
En 2017 Fundación Telefónica Argentina presentó, Julio Verne. Los Limites de la Imaginación. La muestra centró su mirada en las obsesiones científicas y tecnológicas, que desde siempre acompañaron su trabajo.
Ante todo, Verne puede ser considerado un gran explorador, aunque algunos despechados no dudan apodar al orgullo francés, como simple viajero de escritorio. Aún así hasta sus críticos más feroces deben admitir, su narrativa refleja escritos de notable valor documental.
Donde algunos estudiosos creen ver mediocridad, y hasta cierta exposición repetitiva en la construcción de sus famosos relatos, otras voces exclaman discrepancia. Dentro de esta línea posible, Verne seria entendido como escritor de alto vuelo, y sobre todo un formidable visionario. Tales paradojas pueblan la mayoría de sus biografías. Abordemos una de ellas.
En 1988 Juan José Benítez publica, Yo, Julio Verne. Confesiones del más incomprensible de los genios. El libro hace gala de un enfoque muy personal, donde Verne es representando por su alter ego, el propio Benítez.
Este ensayo de memoria novelado, permite al periodista navarro incrustar sus propias ideas acerca de Verne. Veamos esta primera pista, de perturbadora resonancia por sus implicancias.
“Fue al atardecer, al abandonar las clases de la señora Sambain. Este viejo oso debía contar seis o siete años. Mi hermano Paul, enfermo, no pudo acompañarme. Y en el camino de vuelta al muelle de Jean-Bart sucedió algo singular y premonitorio. Años después, al entrar en el mundo de la iniciación, supe que aquel Superior Desconocido sería mi guía y protector hasta el final de mis días. Ante mí surgió un ser de luz, de altísima y corpulenta talla, de largo y albino cabello y rostro como tallado en piedra que me habló sin palabras. Su vestimenta no era como la nuestra, aunque calzaba altas botas doradas. Sus ojos asiáticos me impresionaron y todo mi cuerpo se estremeció por el terror. Jamás he logrado recordar sus palabras, ni tampoco su extraño nombre, aunque sé que tiene algo que ver con ‘Axel’, ‘Axal’ u ‘Oxal'”.
El lector avezado ya habrá adivinado tras esta confesión, se esconden dos revelaciones. Una de ellas remite al propio Benítez, y a sus andanzas en el desierto peruano junto al grupo Rahma, allá por 1974. Pero nos interesa el segundo interlineado, vinculando a Julio Verne con los enigmáticos Superiores Desconocidos, eje ocultista de primer grado. Luego volveremos a este punto. Pero antes de entrar en materia, breve reseña biográfica.
A orillas del Río Loira, se alza la hermosa ciudad de Nantes, pequeño pueblo industrial en el este francés. Allí, según reza una placa conmemorativa adornando la calle 2 de Jean Bart, «el ocho de febrero de 1820 Julio Verne, novelista precursor de los descubrimientos modernos, nació en esta casa».
Primer alto. Me enfrento a un acuariano, y que lejos de herir susceptibilidades astrológicas, no es un dato menor. Quién escribe, también pertenece a esta curiosa cofradía de hermanados invisibles. Prosigamos. Entre Julio y Verne, un segundo nombre se cuela. Es el de Gabriel.
El futuro prodigio de las letras, es fruto de un matrimonio compuesto por Pierre Gabriel Verne, incipiente abogado, y Sophie Allotte de la Fuÿe. La crianza de Julio Verne va a desarrollarse en un ambiente dual, alternado por la rigidez paterna, y una madre mediadora, que alentará en su primogénito sus ansias artísticas.
Este tironeo constante, reñido por visiones contrapuestas en lo familiar, tendrá a futuro un efecto traumático en el joven Julio, que resentirá su personalidad. Siempre se sentirá acosado por estos fantasmas.
Como escolar, el joven Julio no presenta demasiadas sorpresas tempranas, aunque si reconocemos ya en aquella época, señales sobre un lector curioso e intrigado por la ciencia. Algunos desengaños amorosos impondrán en Julio una visión distante del amor, que va desembocar en un matrimonio apresurado, donde los intereses a la felicidad impondrán su ritmo.
Pero esta condena en lo íntimo, no claudicará sus deseos de lograr gloria como escritor. En medio de estos devaneos personales, un segundo «Pierre», se apresta a irrumpir en la vida del melancólico narrador oculto. Como si se tratara de un giro irónico del destino, este segundo «Pierre», no solo va escucharlo, sino que, con el paso del tiempo, muchos estudiosos llegarán a considerarlo un segundo padre para Verne.
Pierre Jules Hetzel – Mi nombre es Némesis, el retribuidor
Circulan varios rumores de como Julio Verne, y Pierre Jules Hetzel, unieron sus destinos. El más sonado de todos, acusa un tal Alejandro Dumas como mentor en sombras. Sea o no cierta la versión aún debate, Dumas ignora su discutida intervención, está por alterar la historia. Cuando el trascendente suceso tiene lugar, Julio Verne roza los treinta y cuatro años, y su desesperación va en aumento. Aunque lo intenta, Verne no consigue su trabajo inspire la atención necesaria. Ni siquiera su incursión como argumentista teatral, logra modificar la percepción de un publico poco receptivo a su nueva visión.
Pero el joven Verne insiste, y continúa escribiendo sin parar. En secreto culmina un extraño manuscrito que intenta se conozca. Lo titula, Viaje por el Aire, pero ningún editor parece entusiasmado, hasta que su lectura logra motivar a Pierre Jules Hetzel, quién descubre su potencial.
Luego de interminables correcciones, se logra el cometido de poner a punto el reconvertido Cinco Semanas en Globo, que finalmente verá la luz en 1863. Tras su publicación, el éxito será fulminante. Es el nacimiento de la novela verniana, portadora de un estilo vibrante, y que va revolucionar los medios de su época. De la noche a la mañana, Julio Verne se convierte en comentario obligado de toda Francia. Pero es su editor Pierre Jules Hetzel, 1814-1886, quién también va a despertar los mayores murmullos, y verdadero artífice de un triunfo sin precedentes.
Nativo de la ciudad de Chartres, Pierre Jules Hetzel inicia sus ambiciones como editor literario en 1836, apadrinando a escritores de la talla de Honoré de Balzac, Víctor Hugo, Charles Baudelaire, George Sand, Gérard de Nerval, Charles Perrault, entre otras luminarias.
Sus biógrafos ven en Hetzel, prototipo del espíritu libertario de su época, aunque esta imagen se contrapone ante lo ocurrido con Verne, que llego a firmar contratos inhumanos bajo sus órdenes. A pesar de estos malentendidos, Verne siempre sintió eterna deuda con Hetzel, a quien nunca reprocharía su avaricia malsana.
Pero otra cuestión urge con Pierre Jules Hetzel, siendo el manejo de una información casi clasificada para su época, del cual Verne fuera su mayor beneficiario. Y aquí viene lo jugoso. ¿De dónde surge éste conocimiento prohibitivo? Vayamos a indagarlo
Superiores Desconocidos – La Sociedad de la Niebla
No espere el lector repita sobre el tema, lo ya conocido. Abriré si algunos paréntesis. Fue el escritor francés Michael Lamy, que a mediados de los ochenta revelara al mundo existencia de una extraña logia secreta, La Sociedad de la Niebla.
Entre sus adherentes según la tesis de Lamy, además del propio Verne, figuran buena parte de su circulo próximo, incluyendo su famoso editor Hetzel. La inspiración tras este movimiento, tuvo a masones, rosacruces, carbonarios y algunas otras misteriosas escuelas, como promotoras principales.
Tras este impulso se buscó alentar un ambiente revolucionario, que combatiera las monarquías reales, y al propio cristianismo, para así liberar el espíritu humano del enclaustro material, tratando de acercarlo a la verdadera divinidad. Se ha dicho también, La Sociedad de la Niebla funcionó como mera pantalla para desviar otra realidad mayor, la de los Superiores Desconocidos.
Acerca de esta agrupación secreta vengo siguiendo pista, desde hace casi una década. Voy a saltearme a los Iluminados de Baviera como sus verdaderos detentores, porque me parece el problema es más intrincado.
Sin extenderme demasiado, aunque en el futuro prometo entregar más datos sobre el caso, diré los Superiores Desconocidos remiten en su esencia a civilizaciones desaparecidas, como por ejemplo Atlántida. Tras la caída de esos imperios no registrados en la historia, un importante conocimiento se ocultó debido a un mal manejo de los mismos. De tanto en tanto, según la madurez alcanzada por la sociedad humana, surgen evidencias de ese pasado remoto, donde perdidos avances tecnológicos son nuevamente reinsertados a nuestro mundo. Pero voy por más. Los Superiores Desconocidos no siempre se ponen de acuerdo en como guiar a la humanidad, y graves fricciones internas parecen dividir su accionar. Si el lector hasta aquí parece incomodado, mejor no lea la última parte de mi informe.
Julio Verne – El costo de un iniciado
Voy a centrarme directamente en el atentado, que el ocho de marzo de 1886, tuvo a Gastón Verne como protagonista de un curioso hecho. Destinatario de sus disparos, su celebérrimo tío, Julio Verne. Para cuando ocurre el desgraciado suceso, nuestro incasable autor lleva ya publicados veintidós libros, primera parte de su extensa bibliografía, siendo en su gran mayoría textos memorables.
Cada uno de esos ejemplares, y atienda bien el lector, representa liberación de una extraordinaria información. Estamos ante un iniciado. Pero volvamos a los disparos. Desde que investigo estos temas, son muchas las referencias sobre atentados a personas claves, pierdo la cuenta sobre expedientes consultados.
Así mismo una consigna repetitiva parece vincular a todos ellos, la repentina locura de sus atacantes, como si se tratara de un mismo patrón. Gastón Verne encaja en la lista. A diferencia de otros enajenados, cuyas fechorías terminan con la muerte de su presa, Gastón Verne falla miserablemente. Julio Verne sobrevive. Se trata de un aviso ¿Acaso está revelando demasiado?
Poco tiempo después es el turno de Hetzel, su padre adoptivo en lo literario, que fallece sorpresivamente. El dolor es insoportable. ¿Cómo seguir? Pero Verne no se detiene, y continúa hablando. Su primer libro luego de la tragedia que va a dejarlo rengo, se escribe meses después, se trata de Robur el Conquistador.
El relato se centra en el vuelo de extraños aparatos aéreos. Continuación de esta obra tendrá lugar en 1904, que se llamará, y atienda el lector, Dueño del Mundo, título de poderosa connotación para nuestra tesis. Pero regresemos al maldito 1886. Luego de dar a conocer Robur el Conquistador, los cielos de Estados Unidos sufrirán una invasión poco común, donde enormes naves áreas serán vistas por todo el país.
El manual ufológico registra este evento, como la primera oleada OVNI conocida. Verne sigue hablando. En 1896 se publica uno de sus textos más significativos, Clovis Dardentor, que esconde huellas de un secreto muy preciado para Francia, el misterio de Rennes le Chateau. Como si nada. Pero en 1898 el grifo de información sufre un golpe inesperado, asestado por el propio Verne, que se decide a destruir cientos de documentos personales. Se ignoran los motivos, aunque lo sospechamos. Julio Verne fallece en 1904. El inmortal finalmente se llama a silencio. Hasta aquí.
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Conclusión
Esta es una invitación para que el lector redescubra a Julio Verne, desde una perspectiva distinta. Espero haberlo logrado. Son los tiempos.
Dedico este trabajo a Hetzel, quién creyó en mí, y me alentó a seguir incomodando.
Bibliografía
Artículos
- Sierra, J. La Sociedad de la Niebla, 1995. En: Año Cero, año V, n 36, p. 82-86.
- Sierra, J. Viaje al corazón de Julio Verne. En: Año Cero, año V, n 12, p. 50-55.
Libros
- Benítez, J.J. Yo, Julio Verne. Barcelona: Planeta, 1988.
- MUNDO SUBTERRÁNEO. Puertas secretas, ciudades sumergidas y utopías bajo tierra. Salamanca: La Felguera, 2015.
- Verne, J. Clovis Dardentor. Francia: Hetzel, 1886.
- Verne, J. Dueño del Mundo. Francia: Hetzel, 1904.
- Verne, J. Robur el Conquistador. Francia: Hetzel, 1886.
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Que teoría más fascinante y perfectamente plausible. Lo mismo pienso de Ray Bradbury y sus Crónicas marcianas. Les invito a leerlas, yo las voy a releer, ya que creo que hay muchas cosas que hace treinta años me parecían complejas y sofisticadas, y quizás ahora ya sean cosa del pasado.