Humanos y chimpancés, tan idénticos y tan diferentes al mismo tiempo, compartimos un fuerte enlace: nuestros ADN son 98 % idénticos, lo que delata una fuerte conexión en el remoto pasado.
Junto con los bonobos, los chimpancés son los parientes vivos más cercanos de la humanidad, con un genoma sorprendentemente similar al nuestro. Sin embargo, los chimpancés no conducen coches, ni hablan danés, ni tocan el clarinete, así que si somos tan parecidos genéticamente, ¿cómo podemos ser tan diferentes en nuestra apariencia y comportamiento?
¿En qué nos parecemos realmente?
Se cree que los humanos y los chimpancés se separaron de un ancestro común hace unos seis millones de años, lo que es bastante reciente en términos evolutivos. A mediados de los años noventa, los científicos lograron secuenciar el genoma de un chimpancé llamado Clint, revelando que, en términos absolutos, el código genético de esta especie es idéntico al nuestro en un 96%.
Sin embargo, gran parte de esta diferencia se debe a la duplicación, por la que secciones del genoma simplemente se repiten en una especie pero no en la otra. Sin embargo, en términos de genes reales, nos parecemos en un 98,8%, lo que significa que sólo el 1.2% de nuestro código genético no se encuentra en los chimpancés.
No parece mucho, pero si tenemos en cuenta que el genoma humano consta de unos 3.000 millones de pares de bases (o bits de información genética), este pequeño porcentaje suma unos 35 millones de discrepancias entre las dos especies.
¿Dónde están las diferencias?
Muchas de las diferencias entre el genoma humano y el de los chimpancés se encuentran en las regiones de los factores de transcripción, que actúan como interruptores genéticos que indican a los genes cuándo activarse y cuándo permanecer inactivos. En otras palabras, gran parte de nuestra humanidad no tiene nada que ver con genes específicos de nuestra especie, sino que se debe a que los genes que compartimos con los chimpancés se expresan de una forma única.
Por ejemplo, los genes que codifican las neuronas de cada una de nuestras regiones cerebrales son prácticamente los mismos que los de los chimpancés, pero su patrón de activación hace que desarrollemos más células -y, por tanto, cerebros más grandes- que otros primates. Lo único que nos separa es una pequeña sección del genoma que controla el grado de división celular dentro del sistema nervioso, en lugar de los genes reales que codifican la creación de las distintas neuronas.
De este modo, genomas que parecen casi idénticos pueden producir características fenotípicas muy diferentes. Los genes pueden ser los mismos, pero diferencias sutiles en las partes del genoma que controlan la expresión genética pueden transformar totalmente el producto final.
Genes humanos
Los científicos siguen analizando los datos para averiguar cómo funciona exactamente el 1.2 por ciento de nuestro genoma que es exclusivamente humano. De momento, han conseguido identificar ciertas secciones que parecen codificar características particulares.
Por ejemplo, es probable que un gen llamado ASPM esté relacionado con la neurogénesis y el tamaño del cerebro en los humanos, mientras que otro llamado FOXP2 podría estar asociado con el desarrollo del habla. Otro, llamado KRTHAP1, influye en el patrón de expresión de la queratina en el folículo piloso humano y puede explicar las diferencias entre nuestro pelo y el de nuestros parientes más hirsutos.
Muchos de los genes que no compartimos con los chimpancés están relacionados con la función inmunitaria y dan lugar a diferencias significativas en la susceptibilidad a las enfermedades. Por ejemplo, los chimpancés son resistentes a la malaria y a ciertos virus de la gripe que a los humanos nos resultan difíciles de combatir, aunque a nosotros se nos da mejor la tuberculosis.
Desde una perspectiva más amplia, las pequeñas diferencias entre el genoma humano y el de los chimpancés son una demostración perfecta de la maravillosa economía del ADN: en lugar de tener que rehacer completamente el código para crear una nueva especie, basta con unos pequeños retoques para transformar un chimpancé en una persona.
Los hallazgos de la investigación han sido publicados en la revista Nature.
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Crédito imagen de portada: depositphotos.com
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