Hace unos meses esta escritora publicó un artículo sobre Tartaria, presentando algunas observaciones críticas. Sin embargo la existencia de una antigua tecnología ancestral suprimida, con base en el enigmático éter, según esgrimen los teóricos tartarianos, quedó pendiente, y cuya deuda informativa, ahora vamos a intentar saldar.
Éter, o en busca del quinto elemento
“El éter es el lienzo en blanco sobre el cuál emergen las fuerzas sutiles. El sustrato a través el cuál, las matrices de fuerza etérica astral, magnética y gravitacional cristalizan su estructura, convirtiéndose en plantillas para la energía que se condensa en forma física”. Dr. Dawson Stranges.
En 1997 se estrenó El Quinto Elemento. El film que en su época alcanzó gran repercusión, centraba pasajes de su argumento futurista, en la existencia de un elemento de la materia universal ignorado por las leyes físicas, y complementario de los ya conocidos, tierra, aire, agua y fuego. Aunque la película asigna a esta substancia un título que aquí no revelaremos, nuestra percepción intuye tras esta fachada mística espiritual, se oculta el misterioso éter.
Una rápida definición del término lleva hacia el universo griego como origen, desde donde deriva aithēr (cielo-firmamento), que también expresa, «aire puro y fresco» o «cielo despejado». Desde el punto de mitológico y sin abandonar los griegos como pista, el aether o éter, supone «esencia pura respirada por los dioses, llenando el espacio donde habitan, y análogo, al aire respirado por los mortales».
Aether también referencia a una poderosa deidad lumínica, habitando la atmósfera. Filósofos como Platón y Aristóteles señalarían el éter, no solo como la «parte más brillante del aire», sino como un quinto elemento conformado por una sustancia más elevada, a los ya conocidos.
Dentro de la cosmología hindú en cambio, éter es akasha, o akash, configurando cielo y «espacio abierto vacío». También, según se postula desde la filosofía vedántica, el akasha representaría un fluido invisible, que se cree impregna el «vacío del universo». Vemos que más allá las diferentes acepciones, el éter conserva una misma visión, acerca de una fuerza invisible rodeando al hombre.
El éter encontraría como concepto, alta estima por parte de los alquimistas medievales, quiénes le asignarían un papel divino, bautizando al mismo, como la «quintaesencia», presente en todas las cosas, así como elixir de vida, y fluido inmortal. Durante el siglo XVII y XVIII, el éter continuó atrayendo atención. El gran pensador francés René Descartes, contó con su adherencia, que plasmaría en su aclamada publicación, acerca de la teoría mecánica de la gravedad, dada a conocer en 1644.
Más tarde el físico británico Isaac Newton, quién llevaría los estudios de la gravedad a un nivel más elevado, llegó a definir el éter como una sustancia uniforme, donde en su interior albergaría, «diversos espíritus adaptados para producir los fenómenos de electricidad, magnetismo y gravitación». Paralelamente al interés del mundo científico, el enigmático éter encontraría un formidable aliado a través del mundo oculto.
Amparado bajo ese seno controversial muchos seguidores de esta corriente, buscarían interpretar sus inagotables ramificaciones. Uno de esos hilos más afamados tuvo al magnetismo, como uno de sus fenómenos más celebrados, siendo el médico alemán Franz Anton Mesmer, 1734-1815, uno de sus nombres más destacado. Los métodos curativos aplicados por Mesmer en sus pacientes, serían la comidilla de toda Europa. Según sus estudios, Mesmer creyó detectar en el sistema nervioso central una fuerza desconocida, descrita como «magnetismo animal», y que dijo poder incrementar mediante la imposición de manos, así como utilización de imanes magnéticos.
Aunque desacreditado en su día, Mesmer vería la continuidad de su obra en discípulos y seguidores como Jacques François de Chastenet de Puységur, 1751-1825, impulsor de la hipnosis. Otro nombre afamado, fue el del pensador alemán Johann Heinrich Jung, 1740-1817, reconvertido más tarde en Dr. Jung Stilling, quién realizara una sorprendente afirmación sobre el magnetismo animal, al aseverar su inducción, ayudaba a producir dislocación astral, expresión ahora conocida como experiencia fuera del cuerpo. La energía de origen etérico alcanzaría un punto de inflexión, con los trabajos del científico alemán Barón Carl Ludwig von Reichenbach, 1788-1869, que llamaría a esta misteriosa fuerza, fluido magnético u ódico, y que dijo poder visualizar.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Reichenbach, intentó validar sus trabajos a través de la reconciliación científica, aunque jamás obtuvo el reconocimiento esperado, siendo su fracaso más sonado, la incapacidad de demostrar la existencia de éste fluido. Característica ésta última, que debemos decir provocara no solo la ruina de Reichebach en sus deseos de verse rectificado, sino incluso, de todos aquellos interesados en convalidad el éter ante el mundo científico.
Mientras estas contiendas tienen lugar, un escritor británico Lord Bulwer Lytton, 1803-1873, está por hacer historia, cuando su libro Vril la Raza Futura, 1871, vea la luz. Esta nueva reconversión del éter en una de sus múltiples derivaciones actualmente más populares, marca para quién escribe, punto de intenso valor en el tema abordado, y que espero entregar en un libro de pronto aparición, más precisiones sobre el mismo. Abandonando en Europa en su seguimiento, vamos a trasladar esta visión del éter a Norteamérica, donde encontrara un eco, en la experimentación más sensacional. Veamos.
John Enst Worrell Kelly – Secretos de la Fuerza Futura
“Todas las construcciones requieren cimientos de una resistencia proporcionada al peso de la masa que deben soportar; pero los cimientos del Universo se asientan en un punto vacío más diminuto que una molécula; en una palabra, y para expresar con exactitud esta verdad, en un punto interetérico, para cuya comprensión se necesita una mente infinita. El investigar las profundidades de un centro etérico es exactamente lo mismo que buscar los confines del vasto espacio del éter de los cielos, con la diferencia que uno es el campo positivo, mientras que el otro es el negativo”. Mensaje extraído de un folleto publicado por John Enst Worrell Kelly promocionando su motor etérico.
Supe de este caso que ahora voy a comentar, hace ya muchos años, mientras llevaba a cabo la monumental lectura de la Doctrina Secreta II, obra de la esoterista rusa, Helena Petrovna Blavatsky. Allí en uno de sus capítulos más asombrosos sección IX, La Fuerza Futura, sus posibilidades e imposibilidades, se narraban los sucesos protagonizados por el inventor norteamericano John Enst Worrell Kelly, 1837-1898.
Según sabemos en 1872, Kelly, un simple carpintero y con nociones de mecánico, hizo un anuncio sorprendente, al declarar, «las vibraciones de un simple diapasón», eran la clave para aprovechar la esquiva energía etérica. Kelly fue más lejos aún, y habló de recaudar fondos para construir un motor capaz de condensar esa fuente, que llamara «generador etérico».
Alimentado tan solo con agua, aquel dispositivo sometido a sus frecuencias armónicas a las que parecía responder, accionando su marcha, amenazaba todo lo conocido por entonces. Hay quien escribe «Kelly se basaba en el uso del sónico con el fin de poner en resonancia el éter que compone la materia, transformándola para acumular energía o para polarizarla y poder controlar la gravedad».
A través de sus indagaciones del sonido, quiénes siguieron de cerca su trabajo, señalaron el insólito inventor obtuvo resultados asombrosos. Aquella ciencia de lo imposible, fue bautizada como física vibratoria, basada en la resonancia acústica. Levitación, desintegración de partículas, sonoluminisencia, y otros fenómenos reportados, fueron detectados como resultado de su experimentación a través del sonido. Pero John Enst Worrell Kelly a pesar de esos portentosos resultados, no fue capaz de capitalizar sus inventos. Fondos constantes nunca eran suficientes. Otro problema, es que sus creaciones fallaban si dependían de terceros, no pudiéndose articular, su correcto funcionamiento.
Aspecto perturbador, es que esta tecnología del siglo XIX podía aspirar a un uso militar, descubriendo posibilidades infinitas en su adecuación, y al mismo tiempo, entrañando gran peligro por sus efectos. Luego regresaremos a este punto. John Kelly luego de su fallecimiento, terminó sus días desacreditado. Este patrón se repetiría una y otra vez, cada vez que la fuerza etérica encontrara un nuevo difusor, en sus intentos por hacerse con sus secretos.
Teoría de la Relatividad versus Éter
“Recapitulando podemos decir que, según la teoría de la relatividad, el espacio está dotado de cualidades físicas; en ese sentido, por lo tanto, existe un éter. Según la teoría general de la relatividad, el espacio sin éter es indispensable; porque en ese espacio no solo no habría propagación de la luz, sino que tampoco habría posibilidad de existencia par los estándares del espacio y el tiempo (varillas de medición y relojes), ni por lo tanto, ningún intervalo espacio-tiempo en el sentido físico. Pero no se puede considerar éste éter dotado de la característica de calidad de los medios ponderables, ya que consta de partes que pueden rastrearse a través del tiempo. La idea de movimiento puede no aplicarse a él”. Albert Einstein. Éter y Relatividad. Discurso pronunciado en la Universidad de Leidan, 1920.
A sobresaltos, la idea de un éter ocupando el espacio vacío, parecía resistir los embates del tiempo, e incluso las críticas despiadadas. Sin embargo en 1887, su eterno uso como material de relleno, en el intento por revelar el verdadero funcionamiento de fuerzas físicas incomprensibles, como son la gravedad o el magnetismo, recibió un inesperado cimbronazo.
Ocurrió cuando los físicos norteamericanos, Albert Abraham Michelson (futuro premio nobel de 1907, por sus contribuciones en la materia) y Edward Morley, llevaron a cabo su experimentación para probar si efectivamente las ondas luminosas se transportaban a través del éter, utilizando éste como medio. Los resultados dieron por tierra con cualquier especulación, ya que el éter no pudo ser demostrado.
A partir de lo sucedido, el mundo científico que hasta entonces albergaba cierta simpatía con respecto a la posibilidad del éter, decidió aislar el tema de sus centros de debate, buscando neutralizar cualquier influencia posterior.
La postura pareció afianzarse, cuando en 1905 el físico alemán Albert Eisntein presentó a sus colegas, la Teoría de la Relatividad. El trabajo de Einstein se vislumbró como una respuesta definitoria, a los dichos entregados años antes por Michelson y Morley, en su controversial estudio.
Einstein propuso en su afamado escrito, «que al viajar la luz a una velocidad constante a través del vacío, y que todo se mueve en relación a lo demás, no se necesitaba de un éter como marco de referencia para el universo, porque el tiempo y el espacio eran relativos, parte de un continuo».
Pero Einstein aunque refutó el éter en estos términos, dejó abierta la posibilidad de su demostración a futuro, llegando incluso afirmar, según se rumorea, que si el éter alguna vez fuera detectado, su Teoría de la Relatividad se vería en apuros. Quién estuvo en desacuerdo con esta nueva visión fue Nikola Tesla, el niño terrible de la ciencia.
Cuando se le preguntó su opinión sobre los postulados de Einstein, alegó:
Sostengo el espacio no se puede curvar, por la sencilla razón que no puede tener propiedades. Bien podría decirse que Dios tiene propiedades. No las tiene, sólo tiene atributos y éstos son de nuestra propia creación. De las propiedades del espacio sólo se puede hablar cuando se trate la materia que llena el espacio. Decir que en la presencia de grandes masas el espacio se curva, es equivalente afirmar que algo puede actuar sobre la nada. Por esta razón, me niego aceptar tal punto de vista”.
Vemos como Tesla se diferencia de Einstein rechazando su modelo de espacio curvado, ya que intuía, existe una fuerza que hace se «curve la luz alrededor de grandes cuerpos». Si la ciencia trataba al éter como paria, hubo quiénes como además de Tesla siguieron pregonando sus virtudes. Henry Moray fue uno de ellos.
El caso Thomas Henry Moray, y su energía radiante
Cuando examinamos los archivos de los hombres y mujeres, que continuaron batallando sobre el éter buscando su decodificación, el nombre de Thomas Henry Moray, 1892-1974, surge como uno de los más reconocidos. Su hoja de vida menciona Moray nativo de Salt Lake City, Utah, obtuvo a temprana edad, un doctorado en ingeniería eléctrica, título que le fuera otorgada en Suecia.
Desde muy joven siguió de cerca los trabajos de Nikola Tesla a quién admiraba, y buscaba emular. Sus biógrafos escriben que Moray se topó con la misteriosa fuente de energía radiante, mientras llevaba a cabo investigaciones radiales. Quién más tarde se acusa de haber inventado el primer transistor conocido, que habría tenido lugar en 1925, mucho antes de lo divulgado, cayó en la cuenta sobre la existencia de una energía inagotable disponible en todas partes. Fue así que construyó un pequeño dispositivo, al que se le añadió en su interior, un condensador, osciladores, válvulas, así como un tubo de material especial llamado detector, que lograba controlar un transformador de alta frecuencia. Al parecer, la electricidad se obtenía a través de un proceso de sifonamiento, basado en los experimentos con cometas llevados a cabo por Benajmín Franklin.
Sin cables a la vista y en ausencia de cualquier energía externa, Moray realizó demostraciones muy efectivas sobre su descubrimiento. Una de sus primeras afirmaciones sobre el asunto, fue la de enunciar mucha de ese energía «rodeándolo todo», parecía emanar de una fuerte externa, con asiento en la superficie terrestre, llevando este concepto a trazar un paralelismo con el pensamiento de Tesla en la materia. Algunos estudiosos suponen el dispositivo de Moray, pudiera nutrir su equipo de variadas fuentes, que además de la energía terrestre, aprovechara también el calor, luz solar, radio, y radiación estelar.
Un Moray exultante declaró a los atónitos medios, que su aparato de energía radiante, era capaz de «encender una docena de hogares a la vez», alcanzados los cincuenta mil vatios de potencia. Pero su aparente éxito iba a sufrir sus primeros escollos. Sus intentos por obtener la patente de su invención, por parte de las autoridades norteamericanas, fueron desoídos. El rechazo no solo se centró en algunos aspectos técnicos de sus dispositivos, sino que basó su mayor ofensiva, en la incapacidad demostrada por Moray para explicar el origen de esa energía radiante. A esta amarga decepción sucedió un desastre de proporciones, cuando el laboratorio donde trabajaba resultó violentado por malhechores, que no solo le dispararon logrando sobrevivir, sino que además, destruyeron su hermoso dispositivo de energía radiante a martillazos. Moray nunca se recuperó de esos sucesos, y en 1974 falleció, llevándose muchos secretos a la tumba.
Tartaria, y rumores de tecnología suprimida
Hace unos meses escribí mis primeras impresiones sobre Tartaria en cuanto a sus reclamaciones por parte de ciertos divulgadores, como eje de un antiguo imperio desaparecido, y que la historia oficial es empeña en negar. Mi opinión se mantiene sobre el particular, y no cambiaré de visión. Un imperio tartariano como el expresado, solo encaja en el modelo tras bastidores, que intenta empujar un relato insostenible, y de escasa consistencia.
A pesar de esta visión, me dije iba a dar una oportunidad a otra cuestión, que los defensores tartarianos tienen en alta estima, siendo la supuesta existencia de una tecnología suprimida, que habría dado sus últimas muestras en el pasado siglo XIX, antes de ser secuestrada por los poderes de turno, eje de este último punto Y nuevamente ¿es posible esta denuncia? Bueno debemos decir la misma no es propiedad tartariana, rumores de este tipo son de larga data. Ahora bien las páginas dedicadas a debatir la cuestión, exponen ciertos dispositivos que parecieran hacer uso del éter, como elemento energético utilizado.
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Aunque presentadas como divagaciones atractivas, esta escritora después de examinar algunos de los sitios donde estas informaciones fluyen, admite dificultad en admitir muchas de estas opiniones tan elocuentes, a pesar de las fotografías y supuesta documentación ofrecida.
Creo existe un amplio interés en trabajar sobre la ignorancia existente, especialmente entendiendo el público consumidor de estas historias, no suele siempre estar capacitado para resolver los grandes interrogantes que desde el terreno de la física, ingeniería, química, y demás, son elementos necesarios cuando se trata de debatir antigua tecnología pasada, en especial la cuestión del éter. Por suerte, ya muchos profesionales en estas áreas, tal vez cansados de ver tanta locura, han comenzado a reaccionar poniendo en jaque a muchos de estos espacios, con sus comentarios, dignos de leer. Hasta aquí.
Conclusión
No caben dudas queda mucho por conocer sobre el enigma del éter. Mi entendimiento luego de realizar este trabajo, que al mismo tiempo me llevara por primera vez a investigar más a fondo sus misterios, es estar ante un rompecabezas de lenta decodificación. Quisiera si entregar algunas observaciones preliminares. Los casos de John Enst Worrell Kelly y de Thomas Henry Moray, establecen algunos patrones en cuanto al funcionamiento de esta misteriosa energía y posterior aplicación. En ambos hechos, las pruebas públicas llevadas a cabo presentando sus dispositivos de transmisión, resultaron exitosas.
Sin embargo estos mismos instrumentos alejados de sus creadores, fueron incapaces de reproducirse, generaban altos costos, y sus elementos internos solían descomponerse rápidamente. Es como si esta energía solo pudiera ser manejada sintonizado un receptor de confianza, y que además, parece comunicar un mensaje especial diferenciado para quién se enfrenta a su estudio. Esta escritora cree, tras la liberación de esta energía se oculta una inteligencia viva, algo que los ocultistas ya conocían y denominaron causa primera, el llamado lienzo de Dios. Por eso su manipulación supone un riesgo, y es que una cualidad poco deseada de la infinita fuente, es que además de sus beneficios enumerados, su contracara acarrea destrucción. La cuestión se vuelve delicada.
Cuando escribí sobre Tesla narré que el inventor yugoslavo, comprendió que la extracción de energía ilimitada utilizando el propio planeta como fuente, tarde o temprano conlleva consecuencias. Quizás mis palabras suenen a decepción, y muchos expresen en silencio, ¿debemos abandonar cualquier esperanza para encauzar estas fuerzas a nuestro favor? Llegará un día que la ciencia se reconciliará con el misticismo, y cuando eso suceda el mundo será infinitamente mejor. Hasta ese día, sólo un corazón y mente limpia, pueden aspirar a domar lo imposible. No perdamos la fe.
Bibliografía
Libros
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