La planta lanza una toxina como defensa que hace que el gusano hambriento deje de comer hojas y opte por devorar a sus compañeros
En la película «El Incidente» (2007) (atención, «spoiler»), su director, Night Shyamalan, mostraba una humanidad al borde del apocalipsis por la venganza de la naturaleza. Las personas no podían evitar agredirse a sí mismas y suicidarse a causa de una toxina liberada por las plantas. Pues una técnica defensiva muy similar es la que emplea la planta del tomate con sus enemigos, pero la realidad es aún más agresiva y propia de una película de terror. Las víctimas no se matan a sí mismas, se vuelven caníbales. ¿Imagina ese giro de guion en la cinta de Shyamalan? Por suerte para nosotros, las víctimas del tomate son solo orugas.
Investigadores de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU.) observaron cómo las orugas, típicamente «vegetarianas», se convierten en caníbales aunque todavía queda mucha planta por comer. De repente, una de ellas muerde la parte trasera de otra y empieza el festival de carne. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Tan mal saben las hojas verdes para que un herbívoro decida dejar de masticarlas y empezar a mordiscos con sus compañeros?
John Orrock, profesor de biología en Madison, sabe que muchos insectos se vuelven caníbales «cuando las cosas se ponen difíciles», así que intentó averiguar qué es lo que estaba pasando con las orugas. El biólogo y su equipo idearon un conjunto de experimentos para probar su idea utilizando plantas de tomate y una especie de oruga llamada gusano de la remolacha, una importante plaga agrícola.
A diferencia de los animales que pueden huir de los depredadores hambrientos, las plantas no pueden moverse. Sin embargo, cuando el peligro se avecina, muchas pueden producir productos químicos defensivos destinados a disuadir a sus atacantes, como el jasmonato de metilo. Como un grito químico, otras plantas pueden detectar las sustancias transportadas por el aire emitidas por sus hermanas cercanas y comenzar a invertir en sus propias defensas en caso de que sean las siguientes en el menú de un herbívoro.
Para probar el efecto de las defensas de las plantas sobre el comportamiento de los herbívoros, los investigadores rociaron plantas de tomate en recipientes de plástico con una solución de control o con una gama de concentraciones de metil jasmonato- baja, media y alta- y luego agregaron ocho larvas de oruga a cada contenedor. Contaron el número de orugas restantes cada día para determinar cuántas habían sido comidas, y después de ocho días pesaron cuánto material de la planta se había conservado.
En los grupos de tratamiento de control y concentración baja, las orugas comieron toda la planta antes de pasar al canibalismo, pero las plantas pulverizadas con los niveles más altos de metil jasmonato permanecieron casi intactas. Las orugas que vivían en las plantas bien defendidas se convirtieron en caníbales mucho antes que sus compañeros habitantes de plantas peor defendidas.
«Espeluznante y macabro»
«No sólo se convierten en depredadores, lo que es una victoria para la planta, sino que está recibiendo un montón de comida de que se devoren unas a otras», dice Orrock. «Hemos dado con una manera en que las plantas se defienden que nadie había realmente apreciado antes». Para los investigadores, esto «es espeluznante y macabro», pero también «una transferencia de energía».
En un segundo experimento, Orrock agregó una única larva de oruga a contenedores que contenían hojas de plantas que no fueron rociadas con jasmonato de metilo o que tenían un nivel moderado del producto químico. En algunos contenedores también colocó orugas recién congeladas y descongeladas que parecían vivas. Era importante asegurarse de que las orugas congeladas parecían lo suficientemente atractivas como para servir como una comida potencial para una oruga viva, pero en realidad no estaban vivas para consumir material vegetal.
Una vez más, las orugas con acceso sólo a las hojas de las plantas bien defendidas y las orugas muertas que parecían vivas se decantaron por el canibalismo más pronto que las orugas que disponían de hojas menos desagradables.
Para la planta, el resultado es estupendo. «Las (orugas) caníbales no sólo benefician a la planta comiendo herbívoros, sino que tienen menos apetito por el material vegetal, presumiblemente porque ya están llenas de comer otras orugas», explica Orrock.
Las orugas caníbales de las plantas bien defendidas crecieron a tasas similares a las que consumían el material vegetal disponible antes de volverse al canibalismo. Mientras tanto, las orugas alojadas con plantas bien defendidas y ninguna carcasa de oruga comían menos material vegetal y tenían tasas muy bajas de crecimiento.
«La investigación sugiere que es posible que debamos darle a las plantas un poco más de crédito», sugiere Orrock. «En lugar de ser tallos y florecitas que se sientan y esperan a que suceda la vida, las plantas responden a su entorno con potentes defensas y estas defensas hacen más probable que las orugas se coman a otras orugas».
0 comentarios