Luego de más de 200 años de estar expuesto al público, el esqueleto del “gigante irlandés” de 2.31 metros de altura será retirado del Museo Hunterian de Londres.
Charles Byrne, el nombre del gigante, padecía un tumor benigno no diagnosticado en la glándula pituitaria, que le provocaba una abundancia de la hormona del crecimiento y gigantismo.
La exhibición de su esqueleto siempre ha sido controvertida, entre otras cosas porque el propio Byrne manifestó su temor ante tal destino, indicando que deseaba ser enterrado en el mar, para poner sus restos fuera del alcance del famoso conservador de rarezas médicas John Hunter.
Sin embargo, no va a ser enterrado en el mar, porque el Royal College of Surgeons, que dirige el Hunterian Museum, afirma que conservará el esqueleto para auténticos proyectos de investigación. El museo está cerrado por reformas y reabrirá sus puertas en marzo.
El Museo declaró en un comunicado de prensa:
“Durante el periodo de cierre del museo, el Consejo de Administración de la Colección Hunterian debatió las sensibilidades y las distintas opiniones en torno a la exhibición y conservación del esqueleto de Charles Byrne.
Los fideicomisarios acordaron que el esqueleto de Charles Byrne no se expondrá en el remodelado Museo Hunterian, pero seguirá estando disponible para la investigación médica de buena fe sobre la enfermedad de la acromegalia hipofisaria y el gigantismo”.
Sin paz incluso luego de su muerte
La historia de Byrne está llena de dramatismo e interés. Nació en 1761 en el Medio Ulster (Irlanda del Norte) con el nombre de Charles O’Brien. Tras llegar a Londres con 21 años, se convirtió rápidamente en una de las mayores celebridades de la época, entreteniendo a multitudes y apareciendo en periódicos.
A los 22 años, sin embargo, su salud se deterioró rápidamente. Murió en 1783 y quiso que los anatomistas, en particular el cirujano John Hunter, no se llevaran su cuerpo. Hunter era conocido por coleccionar especímenes inusuales para exhibirlos, y Byrne ya se había puesto en contacto con él y lo había rechazado.
Aunque Bryne había pagado a unos amigos para que metieran sus restos en un ataúd de plomo y los enterraran en el océano, Hunter dispuso que se llevaran el cadáver y lo sustituyeran por pesadas rocas. A continuación, el cadáver fue hervido hasta quedar el esqueleto, y cuatro años más tarde se expuso en el museo del propio Hunter. En 1799 fue adquirido por el Royal College of Surgeons.
Esta historia de rapto de cadáveres ha suscitado repetidos llamamientos para que se retire el esqueleto de la exposición, tanto por motivos legales como éticos, y desde luego no es algo que se pueda tolerar hoy en día.
Entre los que han pedido un replanteamiento en los últimos años se encuentran Len Doyal, profesor de ética médica de la Universidad de Londres, y Thomas Muinzer, abogado de la Universidad de Aberdeen.
Doyal y Muinzer dijeron en un artículo de 2011 en The BMJ:
“El hecho es que Hunter sabía del terror que Byrne le tenía e ignoró sus deseos sobre la disposición de su cuerpo.
Lo que se ha hecho no puede deshacerse, pero puede rectificarse moralmente. Sin duda ha llegado el momento de respetar la memoria y la reputación de Byrne: la narración de su vida, incluidas las circunstancias que rodearon su muerte.”
Aunque el museo y sus propietarios no están haciendo exactamente lo que Byrne deseaba en un principio, al menos están retirando el esqueleto como espectáculo público. A partir de ahora, sólo podrán verlo los investigadores médicos.
Los restos serán sustituidos en el Hunterian Museum por un cuadro de Hunter realizado por el famoso pintor inglés Joshua Reynolds. El retrato incluye al fondo uno de los huesos de la pierna de Charles Byrne.
La decisión es acertada, según el pariente lejano de Byrne, Brendan Holland: comparte un antepasado común con los Byrne y también padece gigantismo. Holland destaca los avances que se han hecho en la comprensión de la enfermedad gracias al esqueleto de Byrne.
Holland declaró a la BBC:
“Ha beneficiado a los vivos, los que padecen la enfermedad saben ahora por qué la tienen y cómo tratarla.
Creo que si [Byrne] estuviera vivo, estaría de acuerdo con ello, ya que puede poner en peligro la vida”.
Quizá Byrne aún no podrá descansar en paz, solo lo hará el día en que sus restos dejen de ser tratados como un “espectáculo de circo” o un objeto de estudio médico.
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