El faraón Akenatón reinó en Egipto durante el período llamado Imperio Nuevo entre los años 1353 y 1336 antes de nuestra era, habiendo sido considerado como una de las figuras más enigmáticas de la antigüedad. Se lo representaba en esculturas con llamativos rasgos andróginos, ojos grandes y un cráneo alargado, todo lo cual resultaría curioso para quienes divisaran en el arte de la época una conceptualización uniforme de la fisonomía de los faraones. Se trataba sin duda alguna de un hombre diferente al conjunto, no sólo por aquellas notas distintivas a nivel físico, sino también por su impronta y sus ideas religiosas que para la coyuntura serían revolucionarias y hasta heréticas.
En efecto, fue este faraón, quien en su llegada al trono desterraría -aunque no por mucho tiempo- el politeísmo habido en Egipto, sustituyéndolo por el culto hacia un único Dios: Atón, divinidad representada con un disco solar. Esta medida sería revolucionaria y fuertemente resistida por sus súbditos, situación que derivaría, finalmente, en la caída del propio Akenatón y de su gran esposa real, la legendaria Nefertiti, reconocida a lo largo de los siglos por su impactante belleza.
El patriarca Abraham también recibiría la revelación directa del Dios único, Yahveh, y esta no sería la única similitud existente entre ambos personajes, habría muchísimas más, sumadas a las sugerentes casualidades entre dos historias de vida prácticamente calcadas y a algún error histórico inserto en el libro del Génesis que se contrapone seriamente con la evidencia arqueológica, lo que nos permite ahondar aún más en la tesis esbozada por los hermanos Messod y Roger Sabbah, quienes en su libro «Les secrets de l’Exode», sostienen que el Abraham bíblico no sería otro más que el mítico faraón Akenatón.
Resulta una verdadera paradoja que Abraham, uno de los padres del judaísmo, quien introdujera el monoteísmo tanto en Canaán como en Egipto, haya transcurrido como una impactante historia en las páginas de La Biblia, y que no exista registro o prueba alguna que permita otorgarle veracidad en el terreno arqueológico. Hasta el día de hoy no se han hallado restos materiales que acrediten a ciencia cierta que el patriarca existió, lo que no sucede con Akenatón, del que obran infinidad de elementos que dan cuenta de su vida, obra, reinado, vínculos y relaciones humanas.
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Lo expuesto nos hace pensar (o repensar) que podría ser posible esta conexión, o cuanto menos transitar el terreno de la duda con relación a dicha posibilidad.
Vayamos a las escenas de la vida calcadas de ambos personajes.
Como dijimos antes, Akenatón y Abraham accedieron por revelación directa a un único Dios con diferente denominación. Los dos tuvieron por esposa a una mujer que a los ojos de la gente resultaba de una belleza inconmensurable, Nefertiti y Sara, respectivamente. A todo evento, nos detendremos en el mensaje que dejan los textos bíblicos en Génesis 13, versículos 11, 12, 13 y 14, con relación a la figura de Sara:
“Estando ya próximos a entrar en Egipto, dijo a su esposa Saray: Mira, yo sé que eres una mujer hermosa. Los egipcios, en cuanto te vean dirán: Es su mujer; me matarán, y a ti te llevarán. Di, pues, que eres mi hermana para que me traten bien, en consideración a ti, y yo viva gracias a ti. Efectivamente, cuando Abram entró en Egipto, los egipcios vieron que la mujer era muy hermosa”.
A esta altura resulta cuanto menos dudoso que hablemos de Sara como una mujer de edad avanzada, o que fuera creíble la hipótesis que pretende hacerle creer Abraham a los egipcios de que ambos dos, él mayor de 75 años, y Sara, fuesen hermanos. ¿Será una referencia contundente a la belleza de Nefertiti? Sigamos con más «casualidades»…
Había una segunda mujer en la vida de Abraham, como también la hubo en la de Akenatón.
Veamos qué dicen los textos bíblicos:
“Saray, esposa de Abram, no le había dado hijos, pero tenía una esclava egipcia, que se llamaba Agar. Y dijo Saray a Abram: Ya que Yavé me ha hecho estéril, toma a mi esclava por mujer a ver si por medio de ella tendré algún hijo” (Génesis 16, versículos 1 y 2).
Lo mismo habría ocurrido con Akenatón y Kiya, ambas mujeres habrían sido convocadas para la concepción de un heredero, y se creía que podría haber un paralelismo entre Ismael, el hijo de Abraham y Agar, y el mismísimo Tutankamón, el presunto descendiente derivado de la unión entre Kiya y Akenatón, aunque vale decir que estudios arqueológicos recientes han concluido que Tutankamón sería hijo del faraón pero con una de sus hermanas, descartándose para la comunidad científica que el gobernante niño fuera el fruto del amor entre Akenatón y Kiya.
En este sentido, ¿podríamos llegar a concluir que la historia de Abraham y Sara en La Biblia, fue una adaptación de la vida de Akenatón y Nefertiti? Hay una referencia en Génesis 24, versículo 10, advertida por los hermanos Sabbah en su libro, que es la presencia de camellos, los que a la postre eran desconocidos en Canaán y Egipto, hasta siglos después de la época de los patriarcas (2.000-1.500 a. C.).[1] Esta incongruencia alimenta un enigma que sólo podría zanjarse a partir de confrontar los restos mortales de ambos personajes, ya que sólo de esta manera cobraría fuerza y vigor la versión oficial que concibe a los dos profetas como seres humanos independientes el uno del otro que transitaron el globo terráqueo.
Durante muchos años se especuló con la destrucción de la momia de Akenatón a manos de sus detractores quienes se encargaron de borrar la mayoría de las referencias habidas sobre el faraón hereje bajo la pretensión del olvido liso y llano. Hoy en día se ha tenido por descartada esta tesis, habiéndose concluido a partir de estudios de ADN sobre los restos de Tutankamón, que una de las momias halladas en la tumba KV55 del Valle de los Reyes en Egipto sería la de su padre, Akenatón, lo que nos llevaría indefectiblemente a la Tumba de los Patriarcas, lugar sagrado de la antigua ciudad de Hebrón, al sudoeste de Cisjordania, en Palestina, donde se cree que estaría enterrado Abraham, con la intención de develar este misterio.
No habría certezas con relación a ello, ya que algunos contraponen la cita bíblica de Génesis 23 que habla de un terreno comprado por Abraham en Hebrón para sepultar a Sara, con aquella de Hechos 7, versículo 16, que hace referencia a Siquem -actual Nablus, al norte de Cisjordania- como el sitio donde se encontraría la Tumba de los Patriarcas, lo que alimenta aún más este enigma, que no encuentra puntos de apoyo al momento de ensayar y descartar hipótesis de trabajo, solo la duda, la incertidumbre y sugerentes similitudes que nos llevan a cuestionar el orden establecido.
Akenatón y Abraham… ¿un mismo hombre?
[1] https://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/02/140205_cultura_ciencia_camellos_domesticados_israel_ill
Estudie el hallazgo de los cráneos de Paracas, los cuales son alargados por naturaleza. Se trataba de otra raza, una caucasoide originaria del Mar Negro. Hay evidencias de su existencia en Malta, Perú, Egipto (faraones) y zonas del oeste americano. Incluso, en Marte, aunque suene absurdo. Sobre lo de las similitudes, se deben a la influencia que tuvo Egipto sobre los iksos o judíos. Estos adaptaron sus historias y personajes a las deidades, personajes e historias o mitos egipcios.