La carrera científica del biólogo Francis Chan de la Oregon State University comenzó cuando era un investigador postdoctoral que se preparaba para su primer crucero de investigación frente a la costa de Oregón y recibió una llamada que lo envió en un viaje completamente diferente.

Los pescadores habían comenzado a informar sobre sucesos extraños en las cercanías. Estaban levantando grandes cantidades de cangrejos muertos, y un pulpo trepó por las cuerdas de los pescadores para escapar de algo que no podían ver. Como ya había reservado el barco, el Departamento de Pesca y Vida Silvestre de Oregón le pidió a Chan que fuera a buscar las causas, como un derrame de petróleo o una marea roja.

No fue hasta que dejó caer sensores submarinos en el área que se dio cuenta de lo que estaba mal: los niveles de oxígeno disuelto en el área se habían desplomado tan peligrosamente que las criaturas marinas habían comenzado a huir de cualquier manera que pudieran. Aquellos que no pudieron murieron, dejando un enorme cementerio a lo largo del fondo del océano.

Chan volvió a los archivos para comprobar si esto había sucedido antes y se enteró de que no, estas zonas de bajo oxígeno que ahora se conocen como «zonas hipóxicas» no solían ocurrir tan cerca de la costa.

Chan dijo:

“Y luego volvió a ocurrir de nuevo al año siguiente, y nuevamente al año siguiente, y luego al año siguiente”.

Zonas muertas crecen

Ahora, una zona hipóxica se forma frente a la costa de Oregón cada verano como un reloj. Está ahí ahora mismo, de hecho. The Washington Post informó el mes pasado que las aguas mortales ahora se extienden a lo largo de 19.942 km cuadrados y en realidad comenzaron a formarse a principios de este año, una clara señal de cómo el empeoramiento del cambio climático ha alterado drásticamente el océano y ahora está haciendo que partes de él sean completamente hostiles a la vida.

Chan describe las causas fundamentales de las zonas hipóxicas como dos palancas.

Uno está dictado por la química básica. El agua tibia no puede almacenar tanto gas disuelto como el agua fría. El agua que finalmente llega a la costa oeste de EE. UU. comienza su viaje por Japón, donde se hunde y fluye a través del océano, explica. Y gracias al aumento de las temperaturas globales, Chan descubrió que el agua ha estado perdiendo oxígeno durante cinco décadas.

(Public domain)

La otra palanca tiene que ver con las corrientes y los patrones de viento, que también se han visto alterados por un entorno global cambiante. Cuando un viento ascendente, una ráfaga que aleja el agua de la orilla, golpea una bolsa de agua con poco oxígeno, crea una zona hipóxica bien definida. Esto tiende a ocurrir alrededor de características geográficas discernibles, como áreas con plataformas continentales anchas y planas de aguas menos profundas. Pero las condiciones hipóxicas aún pueden ocurrir independientemente de la geografía, y probablemente se generalizarán a lo largo de la costa a medida que las temperaturas continúen aumentando.

Chan dijo en un comunicado:

“Sabemos que el cambio climático está tirando de estas dos palancas, y solo estamos viendo las consecuencias de eso. Creo que digo con cierta reticencia que, cuando pienso en cómo será el futuro de los océanos, no solo a lo largo de Oregón sino también en la costa oeste, creo que la ciencia realmente nos está apuntando a un océano que es mucho más propenso a episodios de hipoxia”.

Cuando ocurre un evento hipóxico, los cangrejos en el área pueden meterse en la red de un pescador como de costumbre, indica Chan. Uno de sus colegas ha capturado platijas y otros peces que habitan en el fondo marino cerca de la superficie, donde intentaban huir a condiciones más ricas en oxígeno.

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A medida que avanza el cambio climático y aumentan las temperaturas, podemos esperar que más de estas zonas hipóxicas, denominadas coloquialmente «zonas muertas», emerjan frente a la costa del Pacífico. Cuando lo hagan, Chan dice que serán más grandes, más duraderas y más severas. Chan explicó que los científicos ya han detectado regiones de oxígeno anormalmente bajo en la costa de California que se ven alarmantemente similares a las lecturas de Portland de hace años.

Acidificación de los océanos

Tomemos otra forma prominente de destrucción ecológica que actualmente daña los océanos: la acidificación. Los científicos que estudian la acidificación de los océanos tienen un biomarcador muy tangible que les ayuda a comprender los impactos que el fenómeno ecológico más amplio tiene en las criaturas marinas individuales en forma de caparazones de cangrejo disueltos o escamas de tiburón.

Acidificación del océano afecta a la vida marina, especialmente a los arrecifes de coral.

No hay una medición biológica clara que Chan o sus colegas puedan tomar para determinar los umbrales biológicos de los organismos bajo estrés por oxígeno, explicó, pero están trabajando para rastrear uno.

Otro problema, dice Chan, es que los científicos simplemente no tienen idea de cuántos peces hay en el océano. Y contarlos requerirá trabajo manual que ciertamente no quiere hacer, o tecnología no probada, como estudios acústicos, inteligencia artificial que analiza videos o recolectar ADN flotante liberado por animales que pasan por un área.

Pero no solo son cangrejos, pulpos o pequeños peces los afectados, Chan dijo que también se ha visto una ballena azul en estas zonas hipóxicas, lo que vuelve la situación mucho más preocupante.

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