La leyenda de la «Ciudad de los Césares», es uno de los mitos australes más comentados. Durante casi doscientos años, siglos XVI y XIX, su historia alimentó el imaginario no sólo local, sino también la codicia colonizadora. Cientos de expediciones se enviaron al continente americano, en el intento por encontrar la esquiva urbe dorada, aunque más allá de rumores, o historias recogidas, jamás se logró localizar el paradero ansiado.
Esta locura obsesiva vio frenada su marcha, cuando la corriente independentista abrazó «el nuevo mundo» aunque el sueño ilusorio, lejos estuvo de finalizar para muchos, aún esperanzados por alzarse con el fabuloso botín, o tesoro imposible. Pero la Ciudad de los Césares más allá de los desvíos, y desesperanzas, guarda un poderoso secreto, que decodificado lleva al verdadero buscador hacia una meta, donde la cuestión material muta hacia una corriente espiritual, que en el transcurso de este trabajo, trataremos de emplazar. Como siempre decimos, «nada es nunca como aparenta». Ahondemos.
En busca de la Ciudad Encantada
“Una ciudad encantada de la que todos tenían noticias, pero a la que nadie podía hallar; una ciudad populosa, esplendente de riquezas a tal punto que en su aledaña compañía se araba para los señores de ella, con arados que tenían rejas de oro al decir de la leyenda”. Narración recogida en Sarmiento de Gamboa. Un navegante español del siglo XVI. Ernesto Morales, 1932.
Las primeras incursiones colonizadoras al continente americano, cayeron bajo el hechizo de relatos electrizantes, narrativas coloridas divulgadas especialmente por indígenas locales, quiénes difundieron entre expedicionarios y evangelizadores, la existencia de enclaves perdidos, sitios, no registrados en los mapas tradicionales, y que para su afortunado descubridor depararía gloria perpetua.
Este escenario fantástico alentó una horda de salvajes exploradores, dispuestos a cualquier sacrificio, con tal de encontrar aquellos tesoros evocados por los nativos. La mayor devoción se disparó especialmente entre españoles y portugueses, quiénes rivalizaron por obtener las mejores tajadas, en caso de encontrarse aquellas fortunas idealizadas.
Fue el inicio de la fiebre de El Dorado, que sacudiría la tierra prometida evidenciada por Cristóbal Colón. Dentro de esta geografía imaginaria, la Ciudad de los Césares adquirió fama como meca de inalcanzable valor, ganando gran adhesión entre sus buscadores, que rastrearon sus huellas en la Patagonia sudamericana. Los primeros indicios de esta historia se recogen en 1534, fecha en que la corona portuguesa se decide a conquistar el Estrecho de Magallanes. Simón de Alcazaba, cosmógrafo de alto rango es elegido para comandar su viaje hacia las llamadas «estepas australes» o sea Tierra del Fuego, que una vez alcanzada origina un motín entre sus integrantes, desahuciados, ante un paisaje agreste y poco amigable que parece no ofrecer demasiado.
La revuelta resulta en una batalla perdida para sus cabecillas, que al rendirse, son en su mayoría abandonados en aquellas soledades gélidas. Doscientos hombres a la deriva, se anotarán en las crónicas posteriores. Este abandono documentado, jugará un papel esencial en la posterior construcción de la leyenda de los Césares. Sin doblegarse ante la adversidad, España y Portugal continuarán navegando los impetuosos océanos, destinando nuevas misiones hacia esos territorios inexplorados. Naufragios, abandonos de tripulación, y toda una serie de percances salpican estas misiones, cada vez más numerosas, que sin embargo no detienen su marcha. Pero retrocedamos a 1526. En esta fecha tiene lugar una inusual expedición, comandada por Sebastián Caboto, quién pide autorización a la corona española para explorar Molucas (actual Indonesia).
Durante una escala en Pernambuco, Brasil, «náufragos supervivientes de una expedición de Juan Díaz de Solís», refieren la existencia de un sitio misterioso «la Sierra del Plata» gobernada por El Rey Blanco, ciudad perdida en el interior andino. Caboto decide investigar. En noviembre de 1528 se autoriza una partida comandada por Francisco César, junto a quince hombres enviados a explorar algunas zonas del litoral argentino.
Se narra que durante tres meses César trató de encontrar las fabulosas tierras, aunque sin conseguirlo. Sin embargo, los historiadores suponen como una forma de justificar su fracaso argumentó toparse, con «grandes riquezas de oro y plata y piedras preciosas, en una zona poblada por llamas».
Actualmente existen muchas dudas sobre el periplo declarado por César, especialmente por las zonas recorridas. Su imagen se biloca por varios centros, como son Bariloche, Córdoba y otros emplazamientos que van desde Argentina, Norte de Chile, hasta el Perú. Los historiadores postulan leyendas indígenas, como base de estas narrativas divulgadas luego por César.
Sin embargo su periplo se convertirá en tendencia, y no cesarán las expediciones en busca de esas tierras mágicas. El espejo de Ciudad de los Césares, bautizada con el nombre de su promotor español, atravesará muchas regiones dentro de Argentina, confundiéndose su pista. La misteriosa Esteco rivalizará con este secreto. Veamos.
Esteco – La Sodoma Americana
Mi primera aproximación al enigma de Esteco, ocurrió cuando investigaba el Manuscrito 512, donde se narra como una expedición portuguesa en el 1753, habría localizado una supuesta ciudad perdida en el Amazonas, vinculada también al enigma del desaparecido explorador inglés, H.P. Fawcett. Ciertas versiones que circulan, sugieren aquella ciudad perdida habría colapsado luego de un violento terremoto acaecido en 1692.
Aunque esto pudiera desconectar del caso que estamos tratando, el Manuscrito 512, a todas luces un documento que quién escribe considera adulterado por los portugueses producto de su rivalidad con España, pudiera referir en realidad a la ciudad argentina de Esteco, localizada en norte argentino, y que se cree desapareció, oh casualidad, luego de sufrir violento temblor, siendo contemporánea por lo tanto de los sucesos narrados en el Manuscrito 512.
Esta pista insólita, se debe a los esfuerzos del estudioso brasileño Gabriele Baraldi, extraordinario pesquisador, ya fallecido, y quién fuera el primero en sostenerla. Su audacia me sorprendió. Pero el lector se preguntará ¿por qué Esteco? Sopesemos estos hechos.
Según nos narra el investigador argentino Xuan Pablo González, en Rompecabezas de la Ciudad de Esteco, 2005, Esteco, tiene su origen en el siglo XVI fundada por un capitán español Francisco de Aguirre. La ciudad, tuvo varias radicaciones y traslados por las provincias norteñas argentinas, alcanzando fama finalmente en Salta.
Se la recuerda como engalanada por «fastuosos edificios públicos, iglesias impresionantes, y amplios teatros». Su población se tenía como abundante, alcanzando fama como megalópolis de prestigio, practicándose el comercio de esclavos.
También Esteco fue señalada como sitio de depravación y lujuria, que le granjearan el mote de la Sodoma americana, muy al estilo bíblico. A estos pasajes sumemos hechos trascendentes, y de rol especial, que ahora vamos a citar, en cuanto a su vinculación con la cuestión de los Césares, e incluso como ya se señaló con el Manuscrito 512. Como sabemos, Esteco despareció del escenario histórico argentino tragada por un terremoto. La fatalidad se ensañó con Esteco en 1692, y aquí empiezan los datos jugosos.
Atendamos estas crónicas brindadas por Xuan Pablo González:
Cuentan que varias carretas cargadas con baúles y tinajas de oro, plata y otras joyas y piedras preciosas salieron de Esteco en esas horas de la madrugada en que empezaron los temblores. Era un cargamento secreto del alcalde y los jesuitas, y la caravana clandestina se dirigió hacia el rojizo cerro Kuru, para esconder los tesoros en una cueva que usaban los misioneros por allí, al pie del cerro. En medio del gran terremoto la tierra se abrió y cayeron tantas piedras que las carretas y el tesoro nadie supo dónde quedaron enterradas, si se fueron al infierno, o los jesuitas rescataron el cargamento y se lo llevaron al Viejo Mundo cuando los expulsaron de este continente, en 1767. Aunque es creencia popular que los tesoros están enterrados bajo el cerro Kuru-Kuru”.
Valga decir parte de esta leyenda citada, también apunta hacia otro misterio no menos enlazado con nuestra esquiva Ciudad de los Césares, la del tesoro inca perdido, siendo Salta sindicada por los historiadores, como una de las provincias claves donde se habría ocultado un viejo cargamento andino, escapado de la codicia conquistadora.
Otro pasaje sindica:
Los primeros buscadores de oro habían llegado a los pocos días del terremoto, a principios del siglo XVIII, y eran soldados y frayles españoles que vivían en el Fuerte Presidio de Esteco, y venían a ver qué cosas de valor podían desenterrar … a los tres días de hacer pozos en distintas zonas, sin encontrar absolutamente nada más que tierra, escombros y huesos, dicen que el indiecito-angelito se les apareció como un fantasma y les dijo que no debían profanar esas tumbas ni llevarse nada, que si lo hacían tarde o temprano se lamentarían. Las ruinas de la ciudad pronto recobraron su reputación de malditas, y los buscadores de oro, uno tras otro, volvían para enterrarse entre los recuerdos y las leyendas del antiguo esplendor”.
Como vemos tras las desventuras de Esteco, tenemos un reflejo de la mítica Ciudad de los Césares, aunque su decodificación aún requiere de más trabajo. Continuemos.
Rumores sobre el Santo Grial en Argentina
“En que lejana cordillera podrá encontrar a la escondida piedra de la sabiduría ancestral que mencionan los versos de los veinte ancianos, de la isla Blanca y de la estrella Polar. Sobre la montaña del Sol con su triángulo de luz surge la presencia negra del Bastón Austral, en la Armónica antigua que en el Sur está. Solo Parsifal, el ángel, por los mares irá con los tres caballeros del número impar, en la Nave Sagrada y con el Vaso del Santo Grial, por el Atlántico Océano un largo viaje realizará hasta las puertas secretas de un silencioso país que Argentum se llama y siempre será”. Guillermo Terrera esoterista argentino refiriéndose a la leyenda del Grial.
Abandonado el norte argentino, la brújula invisible señala el sur patagónico, confrontado con Chile. Allí en esas tierras solitarias y distantes, la leyenda de los Césares, acrecienta su fuerza según informes recolectados. Una de esas pistas combina el enigma templario, como parte de su historia. Quién empieza a difundir con fuerza esta versión tiene a Carlos Fluguerto Martí, un esoterista argentino que iniciado al 2000, pone en conocimiento de medios públicos al Grupo Delphos, presentado como un colectivo consagrado a «profundizar y difundir el pensamiento tradicional», mediante «símbolos y reliquias sagradas, que permitan visibilizar el tránsito de nuestro mundo, hacia la próxima era».
Además de promover conferencias, cursos y enseñanzas, sobre temas históricos, arqueológicos, y antropológicos, el objetivo central del Grupo Delphos, tiene como meta evidenciar rastros templarios en las costas argentinas. Bajo esta hipótesis Carlos Fluguerto Martí, que dice contar con títulos en Ingeniería Industrial y de Sistemas Informáticos, revivió una vieja polémica sobre antiguos viajes hacia tierras americanas desde Europa y otros continentes, mucho antes de la llegada de Colón, tema, que ya venimos desarrollando en varios artículos. Uno de estos antiguos viajeros, habrían sido nada menos que los Caballeros Templarios. La tesis del Grupo Delphos, sugiere que la famosa orden medieval habría partido de tierras galesas en Inglaterra arribando a Patagonia, aproximadamente en el año 1307.
Una vez instalados en tierras americanas, los Templarios se consagraron a edificar al menos tres ciudades, dos de ellas en Argentina, y una en Chile. Pero eso no es todo, ya que en uno de esos asentamientos, que definen como el verdadero legado de la Ciudad de los Césares, se habría ocultado el mítico santo grial, aunque actualmente se desconoce su paradero real. Uno de los comentarios más extraños legados por del Grupo Delphos, es la existencia de túneles interoceánicos, uniendo el Pacífico y Atlántico, y cuyo punto comunicador sería la Meseta de Somuncurá (piedra parlante según la etnia tehuelche), localizada en la provincia argentina de Río Negro.
La existencia de túneles subterráneos bajo Somuncurá, conducirían hacia una antiquísima ciudad custodiada por los templarios, que se calcula residiría a mil metros de profundidad. Aunque el Grupo Delphos presentó material de algunos de sus hallazgos, la verdadera ubicación de la entrada a la enigmática ciudad ¿De los Césares?, jamás consiguió localizarse, así como tampoco el Grial. La muerte de su fundador en 2013, marcó el fin de estos trabajos, quedando pendientes muchos secretos por revelar.
Prometo retomar esta historia en algún momento, a travesada por mitos y creencias, no siempre válidas. Pero a pesar de todo, aunque esta hipótesis pueda pecar como descabellada, algunos puntos merecen atención, aunque su decodificación real se encuentra en otro lado, y donde esta escritora pretende hacer luz.
Reflejos de Avalon en la Patagonia
“César es una ciudad encantada. No es dado a ningún viajero descubrirla, aun cuando la ande pisando. Una niebla espesa se interpone entre ella y el viajero, y la corriente de los ríos que bañan refluye para alejar las embarcaciones que se aproximan demasiado a ella. Sólo al fin del mundo se hará visible, para convencer a los incrédulos que dudaron de su existencia”. Chiloé y sus chilotes. J.C Cavada, 1914.
En esta historia poblada por exploradores hambrientos de riquezas infinitas, ciudades desaparecidas, y claves herméticas de confusa comprensión, tras el mito de la Ciudad de los Césares, se erige en paralelo una cuestión hasta el momento incompresible, pero muy latente como venimos tratando en varios artículos, sobre el papel de Sudamérica como próximo eje polar de un movimiento espiritual aún en desarrollo.
Por eso mismo es clave poder decodificar, la verdadera realidad oculta tras el mito de la leyenda de los Césares, que suponen dar un paso más allá de estas diversas lecturas detalladas. Valga decir Trapalanda, otro de los apodos sobre la Ciudad de los Césares, curiosamente apela en su significado despectivo, brindado por los mismos conquistadores, donde Trapalanda es referida, como la «tierra de los tramposos», verdadera alegoría inconsciente, y nunca mejor expresada.
Y es que existe una Trapalanda imaginaria, creación en parte de los propios nativos, quiénes difundieron historias de ciudades doradas, perdidas en las inmensidades de regiones inexploradas, tratando con estos relatos, de ahuyentar la depredación nacida tras el encuentro de «esos dos mundos». Esta defensa logró su cometido, y muchos de estos buscadores vieron sus sueños reducidos a cenizas, como si una maldición los atravesara.
La mayoría de la literatura retratando las aventuras en busca de Trapalanda, registraron estas incongruencias, sin darse cuenta dentro de la «niebla espesa», surgían atisbos de una realidad oculta al «profano» e inexplicable en su mayoría, buscando alentar a través de su lectura, hacia «algo» de significancia más profunda.
No obstante a principios del siglo XX, un cierto rubor esotérico pareció iluminar ciertos textos.
Aquí un pasaje con gran carga alquímica en su mensaje
“La Ciudad de los Césares está encantada, a la orilla del gran lago. El Viernes Santo se puede ver, desde lejos, como brillan las cúpulas de sus torres y los techos de sus casas, que son de oro y plata macizos. Los habitantes que las pueblan, son los mismos que la edificaron, hace ya muchos siglos, pues en la Ciudad de los Césares, nadie nace y nadie muere”. Julio Vicuña Cienfuentes, Mitos y Supersticiones, 1915.
En el Viernes Santo tenemos encerrado según dicen viejos tratados ocultos, la alegoría de la redención a través de la cruz, y posterior resurrección, sugiriendo inmortalidad del espíritu. La alusión al oro y plata dentro del texto, señalan la transmutación de la materia, o sea, el propio ser.
En otro pasaje también sugestivo leemos:
“El pavimento de la ciudad es de oro y plata macizos. Una gran cruz de oro corona la gran torre de la Iglesia. La campana que ésta posee es de tales dimensiones, que debajo de ella pueden instalarse cómodamente dos mesas de zapatería, con todos sus útiles y herramientas. Si esa campana llegara a tocarse, su sonido se oiría en el mundo entero. El que una vez ha entrado en la ciudad pierde el recuerdo del camino que a ella lo condujo, y no se le permite salir sino a condición de no revelar a nadie el secreto, y de regresar cuanto antes a ella”. J. Cavada. Chiloé y los Chilotes, 1914.
Aquí se nos revela una ciudad iniciática e invisible, salvo si el buscador de estos misterios decide acudir al llamado simbólico, expresado en la campana (conexión con los estados superiores de consciencia). El olvido es un síntoma invocado como forma de reinicio, señalando nuevo comienzo. En cada despertar volvemos a cero, sin reminiscencia de nuestra antigua vida, modelando en cada renacer el espíritu, en un eterno aprendizaje.
Mientras recolectaba información para este artículo, me topé con un libro de Miguel Serrano, 1917-2009. Debo decir medité si debía incluirlo como referencia, debido al controversial pasado de su autor, quién en pensamiento ideológico, se encuentra en las antípodas de esta escritora, pero su pluma aunque luego torcida por los caminos y el fanatismo inentendible, reflejan ciertas verdades expuestas, en un trabajo que encontré receptivo en cuanto a este tema.
Se trata de La Flor Inexistente que Serrano publicara en 1969. Plagado de enorme hermetismo, la historia desarrollada por el místico chileno, alude la existencia de una Trapalanda, que para su visibilidad y acceso, requiere de un viaje interno hacia los confines del ser. Sin iniciación, dice Serrano y con gran razón, es imposible arribar a Trapalanda. Y me es imposible no suscribir esta visión, más allá de «algunas líneas sensibles, o mejor dicho salpicadas por el factor racial», que aviso el lector debe obviar, si se decide abordar su estudio, tratando las mismas como meras interferencias de carácter ideológico. Salvo estas alertas, La Flor Inexistente resulta una lectura fascinante. Serrano escribirá en un capítulo decisivo lo siguiente:
La andarán pisando, escuchando a cada momento; cuando hayan entrado en ella, ya no lo estarán, cuando crean haber llegado, descubrirán que es un engaño; la habrán encontrado cuando no lo sepan, cuando ya no lo esperen, cuando crean que no existe, cuando les haya vencido el desaliento. Nacieron en ella, viven en ella, la perdieron antes de nacer, la recuperarán después de morir. No la encontrarán nunca; está con ustedes toda la vida. Es un cuadrado, su entrada es lo más difícil de franquear. Se hace necesario dar muchas vueltas en torno a sus muros para descubrirla. A veces, se necesitan años, o siglos; a veces, tan sólo un segundo. Hay que conocer el santo y seña, para que el Centinela que nunca duerme de paso al Puente Levadizo sobre el profundo foso que aleja de sus muros.
Y ni aún entonces terminan las penurias. Hay otras puertas en la Ciudad, otros puentes, otros centinelas, en sucesión interminable, de modo que siempre nos parecerá que hemos quedado fuera de sus muros, que nunca llegaremos a cruzarlos. Nuevos esfuerzos, otras contraseñas, más guardadores, antes de llegar al Centro, a la Sala del Trono. Cualquier error nos devolverá al espacio vacío, al páramo, a la llanura, y seremos parias sin esperanza. Más os valiera no haber entrado nunca, no haberla buscado, no haber oído jamás de ella, si os veis arrojados de su recinto. Porque no sólo perderéis esta vida, sino también las otras. No olvidéis lo que os digo: la Ciudad es un laberinto, un Círculo sin ningún centro y con innumerables circunferencias. Buscadla con calma con esperanza, sin dormir jamás, con los ojos muy abiertos”.
Conclusión
Hasta aquí llega nuestro viaje hacia los confines de la mítica Ciudad de los Césares, espero el lector encuentre respuestas, atendiendo a la máxima oculta que dice, «nunca nada es como aparenta». ¡Qué la luz se haga!
Bibliografía
Libros
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