Los griegos creían que el ser humano, al igual que las flores y plantas silvestres, brotó de la tierra sin que mano alguna lo sembrara y lo cuidara. Las cuevas eran su casa y los bosques su protección frente a las inclemencias del tiempo y las fieras.
A medida que pasaba el tiempo, estos seres salvajes y primitivos fueron domesticados por los dioses y los héroes. Se les enseñó a construir casas, a trabajar el metal, a cultivar sus alimentos y a todo aquello que favoreciera sus vidas.
Pero, al igual que ocurrió en el Antiguo Testamento, la raza humana pronto empezó a degenerar y los dioses, decepcionados y furiosos, decidieron exterminar a todos los hombres enviando a la Tierra una gran inundación. Sólo fueron perdonados Deucalión y Pirra, un matrimonio virtuoso y leal ante los ojos de las divinidades.
Deucalión, que era hijo de Prometeo, construyó un barco y en él se refugió junto con su esposa Pirra durante nueve días. Al bajar el nivel de las aguas, la nave quedó varada en el Monte Otris, en Tesalia (algunos dicen que fue en el Monte Parnaso).
La pareja decidió preguntar al oráculo de Themis cómo podrían volver a poblar la tierra y restaurar la raza humana. La respuestas del oráculo fue todo un enigma que les costó descifrar.
Les vino a decir algo así como: «Proteged vuestras cabezas y arrojad detrás vuestro los huesos de nuestra madre». Entonces se dieron cuenta de lo que quería decir el oráculo. Lo que definió como «huesos de nuestra madre» eran piedras: las piedras de la madre Tierra.
Así que cargaron con varias rocas sobre sus hombros y comenzaron a arrojarlas tras de sí, protegiéndose para no ser golpeados por ellas en un descuido. De las piedras que arrojó Deucalión surgieron los nuevos hombres, y de las que lanzó Pirra, nacieron las nuevas mujeres. Así la Tierra volvió a ser poblada por los seres humanos.
Yo no creo eso.