En las paredes de arcilla de Caral, la ciudad más antigua de América, quedaron grabadas escenas de cuerpos famélicos, madres embarazadas y figuras en tensión que hoy los arqueólogos interpretan como el recuerdo de una catástrofe climática ocurrida hace unos 4 000 años. Aquella sequía obligó a sus habitantes a abandonar el gran centro urbano del valle de Supe y a reorganizar su vida en nuevos asentamientos junto al mar y los ríos, sin señales claras de guerra. Esas imágenes, leídas ahora con otro lente, parecen funcionar como una advertencia deliberada para las generaciones futuras sobre lo que ocurre cuando el agua desaparece y el equilibrio con el entorno se rompe.
Memoria de una catástrofe en los muros de Caral
Los relieves descritos pertenecen a frisos oficiales que decoraban muros de recintos ceremoniales, espacios donde la gente se reunía para realizar rituales, escuchar relatos y recordar desastres pasados. En uno de ellos, en la fila inferior se observan adultos hambrientos, con el cuerpo marcado por la delgadez extrema. En un registro intermedio aparecen jóvenes bailarines también delgados, junto a grandes peces que aluden a una supervivencia frágil y a la búsqueda desesperada de alimento. Más arriba, una figura de sapo con forma humana extiende las manos alrededor de un rostro de ojos cerrados mientras un rayo impacta su cabeza.
Con estos elementos apilados, el friso narra un viaje visual que va desde la muerte y el hambre hacia el anhelo de la vuelta del agua. Para los investigadores dirigidos por la arqueóloga peruana Ruth Shady Solís, que lidera las excavaciones de largo plazo en la región de Caral, estas escenas no son simples adornos, sino una forma de convertir el trauma vivido en un mensaje compartido. Al esculpir la escasez, el rayo y los cuerpos fértiles sobre el barro, la comunidad transformó la memoria del desastre en una advertencia para quienes vinieran después.

Fotografía aérea de la increíble Caral, declarada patrimonio mundial por la Unesco, 2009. Crédito de imagen: andina.pe
Migrar sin guerra: cómo se reordenó la civilización de Caral
Más arriba en el valle del río Supe, Caral fue una ciudad planificada con pirámides escalonadas, plazas hundidas y zonas de vivienda densas. La datación por radiocarbono sitúa su centro monumental entre aproximadamente 2600 y 2000 antes de nuestra era. Cuando las lluvias dejaron de ser confiables y las cosechas comenzaron a colapsar, sus habitantes no levantaron murallas ni reforzaron arsenales: la arqueología en los nuevos asentamientos de Peñico y Vichama casi no muestra armas, fortificaciones ni evidencias de matanzas organizadas.
En lugar de pelear por los cultivos que se marchitaban, las familias se desplazaron hacia la costa y las terrazas cercanas a los ríos, donde podían combinar la pesca en el Pacífico frío con la agricultura en pequeñas franjas irrigadas. Los nuevos pueblos conservaron diseños religiosos familiares, con pirámides y plazas hundidas, pero anclaron la vida cotidiana en paisajes donde el acceso al agua y a los recursos marinos era más seguro. En Peñico, por ejemplo, las excavaciones revelan restos de monos, guacamayos, conchas tropicales y cerámica pintada, indicadores de una red de intercambio que conectaba el valle, el litoral y rutas que se extendían hacia la Amazonía.
En hogares y espacios rituales también aparecieron figurillas de hombres y mujeres con rostros y cabellos decorados, probablemente usadas para reforzar roles y estatus compartidos. En las plazas, que funcionaban como mercados, circulaban pescado, algodón, zapallos, maíz y bienes importados, lo que ayudaba a amortiguar el golpe de las malas cosechas. Instrumentos como los pututus, caracolas talladas que se ven en relieves y hallazgos, servían para convocar a la población a reuniones, anuncios importantes o ceremonias en momentos de crisis.
Cuando la sequía fue global
Los muros de Caral y sus asentamientos satélites no estaban aislados de lo que ocurría en otras regiones del mundo. Registros climáticos obtenidos de espeleotemas en cuevas, sedimentos oceánicos y capas de polvo señalan un cambio brusco en los patrones de lluvia alrededor de hace 4.200 años, con varias zonas volviéndose más secas y variables. Textos antiguos y capas arqueológicas de Mesopotamia, el Imperio acadio, las ciudades del Indo y partes de Siria hablan de campos abandonados, tormentas de polvo invasivas y redes comerciales interrumpidas en ese mismo periodo.
Los especialistas siguen debatiendo cuánto pesaron el clima y cuánto las decisiones políticas en aquellas transformaciones, pero hoy cuentan con decenas de registros regionales y nuevas excavaciones para alimentar esa discusión. La experiencia de Caral encaja en esa ventana de estrés: lejos de aquellos grandes imperios, sus gentes respondieron desplazando su centro principal hacia una constelación de pueblos costeros e interiores, sin construir fortalezas, sino puertos, canales, terrazas y templos llenos de memoria. Vistos en este marco amplio, los murales de Vichama y Peñico no solo lamentan una sequía local, sino que dibujan la adaptación de todo un sistema regional ante un cambio global.

Ruth Shady Solís, mujer de armas de tomar, que sacrificó su vida en aras de la investigación. Sin ella Caral no existiría. Crédito de imagen: diariocorreo.pe
La advertencia que sigue vigente
La trayectoria de Caral no ofrece soluciones simples para el cambio climático contemporáneo, pero sí señala opciones que ayudaron a una sociedad temprana a sobrellevar ríos menguantes. Sus comunidades repartieron el riesgo entre varios asentamientos, protegieron el agua disponible, diversificaron las fuentes de alimento y ubicaron sus pueblos en terrazas altas, cuidando los bosques de ribera y construyendo canales para estirar cada gota. Según los arqueólogos, los murales fueron creados precisamente para que la gente recordara lo severa que había sido la sequía y qué la había provocado.
En la escena final del friso, el sapo golpeado por el rayo simboliza la llegada tan esperada del agua y la posibilidad de un nuevo comienzo. Cuatro milenios después, esa imagen sigue hablando: recuerda que la supervivencia colectiva depende de mantener abiertas las rutas de intercambio, honrar la fertilidad del entorno y reconocer el costo de desequilibrar la relación entre personas y paisaje. Caral, la más antigua de las ciudades americanas conocidas, no solo levantó pirámides y plazas monumentales, también dejó una lección en arcilla sobre cómo enfrentar, con organización y memoria, las crisis que trae un clima cambiante.
Los hallazgos de la investigación titulada “Dating Caral, a preceramic site in the Supe Valley on the central coast of Peru” han sido publicados en la revista Nature.
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Por: CodigoOculto.com










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