El gato se dio a conocer en el imperio romano en el siglo I cuando los trajeron de África. Fue un animal fácil de domesticar.
Ciudades como Roma o Pompeya lo tenían en sus casas.
Al principio sólo las familias más ricas lo tenían como animal de compañía y como cazador de ratas.
Los emperadores solían viajar con gatos para proteger la comida de los soldados de ratas y ratones.
Poco después se puso de moda y se extendió al resto de ciudadanos y clases sociales. (cualquiera podía tener uno).
Los ejércitos romanos también llevaban gatos entre sus filas.
El objetivo principal de los felinos era comerse los muchos ratones que habitaban en los campamentos y cuarteles de invierno.
El animal se convirtió en compañía y distracción de los soldados legionarios; poco a poco se tomó la costumbre de llevar un gatito pequeño en sus mochilas para hacerles compañía y no sentirse tan solos en las largas campañas hasta la vuelta al hogar.
Sin embargo, muchos eran abandonados por el camino cuando se cansaban de ellos o habían crecido. Ello fue el motivo a la propagación por toda Roma de este animal y llegar a contarse por miles.
Además, en el Imperio, el gato era considerado un animal casi sagrado, símbolo de la victoria y efigie en el escudo para muchas legiones romanas.
Hoy en día es un animal protegido y es fácil verlos campar a sus anchas por Roma por sus calles o monumentos.
Se les conoce como gato romano o común y su pelaje puede ser de un color, de dos o incluso varios tonos.
En la actualidad se cree que hay unos 180.000 gatos silvestres en la capital romana, muchos de ellos agrupados en colonias como la del Yacimiento Arqueológico de Torre Argentina, en pleno centro, donde se encuentra el mayor número de felinos de la ciudad.
Las decenas de gatos que vagan a diario por los templos antiguos, que datan de entre los siglos IV al I a. C., se han convertido en una de las imágenes más fotografiadas por los turistas.
También hay otras comunidades, como la del Cementerio del Verano, el Hospital de San Camilo, las Gradas de San Lorenzo, Garbatella, y la Estación de Trenes y Autobuses de Tuscolana, que cuentan con decenas de animales.
Las personas que los ayudan ya no son las tradicionales señoras mayores que viven solas. Ahora, entre los llamados “gateros” hay esposas de diplomáticos y princesas, pensionistas, magistrados, desempleados y estudiantes, quienes además participan en programas de control demográfico para que la población no se dispare.
En 2001, los gatos fueron declarados Patrimonio Biocultural de Roma.
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