Es bien sabido que en casi todos los rincones del mundo hallamos vívidas tradiciones y leyendas –que se remontan a tiempos ancestrales– sobre «gigantes», entendidos como humanos o humanoides de enorme altura y corpulencia. Naturalmente, para el mundo académico estas leyendas no tienen la más mínima base histórica real. De hecho, cuando se habla de gigantes, la ciencia suele refugiarse en el folklore, las creencias o la épica. Así, estos seres fantásticos no serían más que la personificación de fuerzas de la naturaleza o bien la exaltación de antiguos héroes. Y, por supuesto, si alguien dice haber hallado huesos humanos de gran tamaño, se alega que o bien es un fraude o bien se trata de algún tipo de confusión, fruto de la simple ignorancia.
Pero lo cierto es que la mitología es tozuda e insiste en que tales seres convivieron con los hombres «normales» en un pasado indefinido. En este sentido, resulta asombroso observar cómo en el Pacífico, una zona del planeta que es básicamente una enorme extensión de agua con poca tierra firme en forma de islas, existe una amplísima y colorista tradición mitológica sobre los gigantes, que –por si fuera poco– parece estar vinculada a restos arqueológicos relacionados con estos seres, lo cual incomoda –y mucho– a la comunidad científica.
En efecto, entre la abundante mitología del Pacífico tenemos diversos relatos que nos hablan en detalle de los gigantes, identificándolos específicamente con tribus o personajes concretos, según ha constatado el investigador noruego Terje Dahl. Por ejemplo, en las islas Cook existía una leyenda acerca de un gigante llamado Moke, que era presuntamente el gigante más grande del Pacífico Sur. Este gigante, de unos 20 metros, vivía en la isla de Mangaia. Y en Rarotonga, la isla principal del mismo archipiélago, vivía otro gigante de nombre Teu, con una estatura de unos 10 metros. A su vez, en el pequeño atolón de Nukulaelae se tiene el recuerdo de un gigante llamado Tevalu, que raptaba niños y se los comía. En Samoa existe una tradición acerca de un gigante u ogro llamado Moso, que aún es invocado por los padres cuando quieren impresionar a sus hijos. Las leyendas locales hablan de que, en tiempos remotos, una tribu de gigantes, los Hiti, habitaba Samoa, pero que desaparecieron tras una gran inundación o cataclismo.
Si nos trasladamos a Nueva Zelanda, los maoríes afirman que la isla estuvo poblada por gigantes, antes y después de que ellos mismos llegaran allá. Se habla de varios gigantes con nombres conocidos, como por ejemplo uno llamado Matu, que vivía junto a lago Wakatipu («tipua» significa gigante) y que medía aproximadamente 2,70 metros. Y en la vecina Australia, las leyendas de los aborígenes también dicen que antes de que ellos poblaran aquellas tierras, los gigantes ya estaban allí. Estos nativos hablan de una época mítica primigenia o Dreamtime («Tiempo de los sueños») en que una raza ancestral de gigantes dio forma al continente y lo llenó de vida vegetal y animal. Incluso actualmente los aborígenes aún mencionan la existencia de una raza de gigantes llamados Jogungs, del doble de alto que los humanos, que habitaban la región de Nueva Gales del Sur.
En cuanto al destino de estos gigantes, algunas tradiciones apuntan a un brusco fin de su existencia. Así, las leyendas locales de Samoa hablan de que, en tiempos lejanos, unos gigantes llamados Hiti vivían en la isla, pero que desaparecieron tras una gran inundación o cataclismo, lo cual nos remite a varias tradiciones de otros puntos del planeta que coinciden en este mismo escenario catastrófico. Sin embargo, algunos de los gigantes podrían haber sobrevivido al desastre. Por ejemplo, las tradiciones de la isla de Pascua hablaban de pobladores venidos del oeste (el Pacífico) y del este (Sudamérica) y que tales individuos eran los supervivientes de una gran catástrofe natural; su altura oscilaría entre 2,30 y 2,60 metros. Lo cierto es que aún existe una gran controversia sobre el origen de los pobladores de la isla, así como acerca de la identidad racial de los distintos tipos representados en los moais, pero eso sería tema para otro artículo.
El rastro genético de los gigantes
Como ya hemos apuntado, más allá de todas estas mitologías, existe entre los indígenas la convicción de que estos seres gigantescos fueron reales, que habitaron las islas desde una época remotísima hasta hace no demasiados siglos y que tenían cierta condición divina o semidivina. Precisamente de aquí surge otro interesante elemento de estudio, pues los viejos relatos sugieren que los gigantes se cruzaron con los humanos y dieron lugar a las castas dirigentes de muchos pueblos o tribus, que de este modo tendrían ciertas características muy destacadas propias de esa genética ajena, bien diferentes del resto de la población.
Así pues, existe en el Pacífico una tradición de reyes-dioses, a veces representados en estatuas, que presentan algunos típicos rasgos de raza blanca, aparte de ser de gran altura (hasta unos 2,50 metros). Aquí, dejando a un lado los famosos moais de la isla de Pascua, son de destacar las estatuas halladas en las islas Marquesas y en Tahití. El famoso explorador noruego Thor Heyerdahl preguntó a un jefe de la isla de Fatu-Hiva sobre el origen de estas representaciones, y éste le contestó que dichos dioses –de piel blanca– habían venido de una lejana tierra en el este. Por otro lado, algunas de dichas estatuas muestran claramente que estos seres tenían seis dedos en manos y pies, una característica que se ha asociado a los gigantes no sólo a partir de relatos mitológicos sino incluso de pruebas arqueológicas, sobre todo en Norteamérica.
Pero, más allá de estatuas y leyendas, en épocas históricas tenemos referencias claras a reyes o jefes de enorme estatura, a menudo con un aspecto anatómico similar a la raza blanca, y con la piel clara y el pelo rubio o rojizo, siendo todos estos rasgos anteriores a la llegada de los primeros exploradores europeos. Y lo que es más, incluso actualmente parecen quedar algunas trazas de esa fisonomía en algunas islas. Así por ejemplo, Tupou IV, uno de los últimos reyes de la isla de Tonga, fallecido en 1996, medía unos dos metros y su propia madre, la reina Salote, medía apenas diez centímetros menos. En efecto, toda la familia real de Tonga es de una estatura imponente. En cuanto al origen de estas características, se dice que estos monarcas enlazan su linaje con unos míticos dioses que vivieron en Tonga hace muchos siglos, y de hecho, existe una clara endogamia en el clan real para preservar esos genes divinos.
Por lo demás, se han difundido varias especulaciones sobre la existencia aún hoy en día de comunidades de gigantes en determinadas zonas marginales de algunas islas del pacífico. En concreto, hay rumores sobre la existencia de unos gigantes que habitan ciertas áreas selváticas de las islas Salomón, y muy especialmente en Guadalcanal. Según estos rumores, los nativos normalesllevan conviviendo desde hace milenios con una raza de homínidos gigantes, cuyos ejemplares más altos pueden rondar los 3 metros, si bien se acepta –a partir de ciertos relatos– que pueden haber individuos de mayor estatura. Por desgracia, este asombroso escenario aparece bastante confuso, opaco y falto de pruebas fehacientes para que podamos otorgarle una mínima credibilidad.
Lo que sí resulta significativo es que todas estas tradiciones apuntan a que la supuesta convivencia entre humanos y gigantes duró miles de años y que se alargó hasta hace muy pocos siglos, con la desaparición de las últimas razas de gigantes. En este caso, sabemos por ejemplo que los maoríes tenían un hondo recuerdo de una tribu local llamada Te Kahui Tipua, que sería en realidad una comunidad de gigantes de enorme talla que desapareció hace muy pocos siglos. Más adelante, comprobaremos que el registro arqueológico podría darnos alguna pista sobre este asunto.
¿Restos arqueológicos de gigantes?
Llegados a este punto, debemos abordar la cuestión más comprometida: ¿podemos hablar de pruebas físicas, ya sean directas o indirectas, que sustenten de alguna manera la existencia real de estos gigantes del Pacífico? Este es, desde luego, el punto crucial, pues la arqueología se fundamenta en el estudio de las pruebas obtenidas en excavaciones, si bien en algunos casos los restos son bien visibles en superficie.
Y precisamente entre los indicios relacionados con los gigantes destacan con mucho los impresionantes restos de arquitectura megalítica del Pacífico, poco conocida en comparación con otros enclaves tan famosos como Stonehenge, Carnac o Malta. Con el peso de la lógica, la ciencia académica apunta a que el gran tamaño de los bloques no tiene nada que ver con seres de enorme talla, por mucho que las leyendas mencionen la intervención de gigantes. En estos casos se da por hecho que los nativos han atribuido esas estructuras a dioses o gigantes por pura ignorancia y superstición. Otro tema, desde luego, sería dilucidar quién y cómo, e incluso cuándo, hizo semejantes moles pétreas. Sea como fuere, es muy llamativo el hecho de que en el Pacífico, incluso en islas relativamente pequeñas, se hayan identificado notables restos megalíticos que no tienen nada que envidiar a otros monumentos de Europa o Sudamérica.
Para empezar, es casi obligado referirse a Pohnpei (o Ponape), una isla del archipiélago de las Carolinas (Micronesia), en la cual se halla el conjunto monumental de Nan Madol. Se trata de una antigua ciudad –ya en ruinas– construida sobre unos 90 islotes artificiales, como unapequeña Venecia. Las estructuras se sustentan en unos grandes bloques de basalto horizontales de 50 ó más toneladas, aunque por debajo de la superficie habría otros enormes bloques verticales, de hasta unos 20 metros de largo. Las leyendas locales afirman que esta ciudad fue fundada por dos hermanos míticos, Olosipe y Olosaupa, que vinieron de allende los mares, que eran bastante más altos que los nativos y que tenían grandes poderes y capacidades; de hecho, se dice que las piedras fueron colocadas «por el aire» (¿mediante levitación?).
En la isla de Pascua tenemos los moais, que si bien no son construcciones, sí tienen un tamaño imponente (y recordemos que son bloques monolíticos). Las estatuas más altas sobrepasan los 20 metros y pesan más de 70 toneladas; además, hay que tener en cuenta que en algunos casos sólo asoma la cabeza, pero por debajo está todo el cuerpo, como se ha demostrado mediante excavación. De todas formas, sí podemos apreciar estructuras megalíticas en forma de muros y plataformas, especialmente las bases para los moais, llamadas «ahu».
Tongatapu
Finalmente, podemos citar otros restos menos conocidos como las dos columnas colosales con unos capiteles semiesféricos en la parte superior, que se pueden apreciar en Tianan (islas Marianas), o el tremendo arco de Ha’amonga, en la isla de Tongatapu (Polinesia), un trilito colosal de unas dimensiones aproximadas de 5 x 6 x 1,5 metros, que fue erigido –según la leyenda– en un tiempo muy remoto por un semidiós de nombre Maui.
Si hablamos ahora de otras pruebas indirectas que nos acercan más a la realidad física de los gigantes, hay que mencionar las huellas de pisadas y los artefactos de un tamaño descomunal. En este ámbito disponemos de unas pocas pruebas que en su mayoría no han merecido la atención científica, por los motivos que fuere. Sólo a modo de muestra, podemos citar los siguientes casos:
En el atolón de Tarawa (islas Kiribati), en la aldea de Banreaba, hay diversas pisadas de un gigante, acompañadas de otras un poco más pequeñas (¿mujer e hijos?), todas ellas con seis dedos. La pisada más grande tiene nada menos que metro y medio de longitud.En Sawaii (Samoa) se aprecia una pisada humana de gran tamaño, relacionada con la leyenda del gigante Moso.En el atolón de Nanumea (Tuvalu) se aprecian varias pisadas de gigante junto a la laguna interior.En Australia, el investigador Rex Gilroy, del Museo de Historia Natural Mount York, ha identificado diversas huellas humanas de gran tamaño, de hasta unos 75 cm. Asimismo, cerca de Bathurst ha recogido múltiples artefactos (hachas de mano, azuelas, cuchillos, cachiporras, etc.) de gran tamaño y peso, oscilando entre 5,5 y 16,5 kilos, totalmente inútiles para una persona normal, pero no para un ser con una mano enorme.
Y para culminar el apartado de pruebas hemos de referirnos por fin al hallazgo de posibles restos físicos de gigantes (momias, esqueletos, huesos sueltos), a partir de noticias e informes que se remontan al siglo XIX. Así, tenemos constancia de que en 1875, en Nueva Zelanda, un periódico local informaba del sensacional descubrimiento de un esqueleto de unos 8 metros, a poco más de dos metros de profundidad en Saltwater Creek, cerca la localidad de Timaru. Como se ha citado anteriormente, esto coincide con las tradiciones nativas maoríes, que hablaban de una raza de gigantes llamada Te Kahui Tipua, que habitó en las cercanías de Timaru hasta el siglo XVIII. Asimismo, corren ciertos rumores sobre hallazgos de huesos de gigantes entre las ruinas y en los bosques adyacentes de Nan Madol (Ponape), pero no hay ningún dato fiable al respecto. Aparte de esto, se sabe que en 1907 Victor Berg, el gobernador alemán de la isla, mandó abrir una tumba de antiguos reyes locales, y los esqueletos hallados medían entre dos y tres metros de altura.
También hay noticias de que en Rotuma, islas Fiji, se halló durante la SegundaGuerra Mundial un hueso de pantorrilla de un metro de longitud, lo que se traduce en una altura total de unos 4,50 metros. Además, existe el rumor de que, en la búsqueda de refugios de soldados japoneses, se encontraron diversas cuevas llenas de huesos de gigantes. Y no menos impactante es lo que dice haber hallado Rex Gilroy en Bathurst (Australia): nada menos que un enorme diente molar humano fosilizado de unos 67 mm., lo que correspondería a un ser de unos 7,60 metros. Y, finalmente, ya en un terreno más bien conspirativo, cabe citar que, según el investigador Martin Doutré, hace no muchos años en Nueva Zelanda se encontraron huesos de gigantes en unas excavaciones, pero el equipo arqueológico que halló estos restos fue obligado por las autoridades militares a enterrarlos y la arqueóloga al cargo fue despedida.
Aparte de estas escasas noticias, se habla también de varias tumbas de gigantes que por diversas razones no han sido investigadas. Por ejemplo, en el ya citado atolón de Nukulaelae existe la «tumba del gigante Tevalu», una estructura de unos 3,50 x 1,50 metros que estuvo a punto de ser excavada por un equipo arqueológico japonés, aunque al final los nativos se negaron a ello. Asimismo, en Kiribati se habla de una enorme tumba de unos 5,30 metros, en la cual estaría enterrado un gigante, según las leyendas locales. Finalmente, en Tonga existen unas grandes tumbas en forma piramidal atribuidas a los antiguos dioses-reyes del lugar; sin embargo, por razones culturales y religiosas, nadie está autorizado a tocarlas y aún menos a excavarlas.
Conclusiones
Como hemos visto, y como hemos informado anteriormente en CodigoOculto.com, y al igual que ocurre en otras muchas zonas del planeta, en el Pacífico se mantiene una rica mitología e iconografía sobre gigantes que roza el recuerdo histórico en épocas no demasiado lejanas. Además, es innegable la existencia de una minoría de personas, generalmente de la casta dirigente, que todavía muestra una altura impresionante para lo que es la media de la población, y ello nos conduce a un hipotético escenario de hibridación entre la raza de gigantes (hombres de aspecto más o menos blanco y de enorme altura) y las élites nativas. No obstante, como hemos apuntado, algunas tradiciones insisten en que los gigantes «ya estaban allí», antes de que llegaran las primeras comunidades de Homo sapiens a muchas islas del Pacífico, siendo este un proceso que –según la ortodoxia académica– se inició hace unos 50.000 años, lo cual nos coloca en un marco temporal muy antiguo.
Lamentablemente, en cuanto a las pruebas físicas, corren demasiados rumores pero no tenemos a día de hoy ningún hueso de gigante expuesto ni cualquier otro a disposición de los investigadores. Todo el material, si es que existió alguna vez realmente, se ha esfumado y nadie conoce su paradero. Nos quedan las pruebas indirectas, que siguen siendo ignoradas o ridiculizadas por el estamento académico, y con este panorama es obvio que aún queda un largo camino por recorrer en el reconocimiento de estos «gigantes del Pacífico».
Vía: Laotracaradelpasado
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